miércoles, 14 de diciembre de 2011

EL SABLE

Y así pasaba el sable: como un relámpago ante las filas y en el relámpago había una visión; y la visión era un florecer de palmas. ¡Gran cosa esa guerra! A la espalda, los Andes. Los campos de Chile al frente. San Martín en medio.
Una decoración imponente: bloques monstruosos, torrentes espumosos de corres como caballos, abismos llenos de ecos como inmensas campanas volcadas, sueño de vientos, nubes, cerros, nieve, silencio. Algún cóndor.

De repente un trueno cercano, una llama: Chacabuco. Luego, más lejos otro trueno, otra llama: Maipú. La vieja cordillera oía, y si bien callaba, esto no quiere decir que permaneciera indiferente. Aquello era un amanecer.
De improviso, por la cuesta más agria, entre las mandíbulas del abismo caminando por las sendas que conocen el paso de las nubes y en las cuales suele desganarse el viento en quejas, caballos, granaderos, armas, banderas: La legión. La libertad con ella, y Dios cerca.
Iban aquellos tempestuosos caballos en dura empresa de redimir y despertar.
Tratábase de inaugurar naciones y de vestir pueblos desnudos. De vestirlos de laureles, que es heroico vestir. Era un trabajo cósmico, un trabajo de fe y de acero. La fe era grande, porque los corazones eran firmes: los aceros herían hondo, porque los brazos eran fuertes.

Aquellos soldados podían llamarse los ascetas de la libertad. De hambrientos que estaban, se habían vuelto inmensos; fenómeno común entre los esclavos que ya no querían serlo. Remendadas llevaban piel y blusa, pero la una y la otra se habían roto porque no se rompió el acero del dueño. No sabían leer; empero sabían deletrear el poema de la tempestad. No tenían camisas, pero les sobraba sangre y entusiasmo bajo la piel, y si no iban vestidos, iban dorados de gloria. No hablaban; sin embargo habían oído de cerca la voz de la montaña. No poseían siquiera un poeta: mas sí negros vigorosos que soplan formidables clarines, y golpean toscos tambores. No pesaban nada; no obstante tenían sus caballos. Ni siquiera conocían su propio rumbo; pero para ellos el horizonte concluía donde se levantaba el sable. 

Aquel sable era como el sol: por donde pasaba se iban despertando las gentes.
Y era entonces el trajín de las batallas que había de ganarse: de los aceros que necesitaban su bautismo; de los corazones que daban allá adentro como sordos golpes de caballos que levaran también alas; de las banderas en que había pintados soles para que ni aún los días oscuros anduviera sin sol aquella tropa, de los ímpetus más apremiantes que espuelas; de las esperanzas brillando de golpe y a un tiempo, como cuando el cielo escampa a media noche y la vía láctea arroja sobre el horizonte su enorme curza de cascada de los corajes extrahumanos que empujaban hacia la muerte a los guerreros que iban con las almas puestas en las espaldas y los corazones latiendo acordes con el galope de caballos, en aquel inmenso trajín, de esos que dejan un ruido largo por los caminos cuando se ponen a trotar los pueblos que el pensamiento de Dios inquieta en ciertas horas como un instinto superior, que provoca esos irresistibles éxodos, bajo cuyo empuje se abren en dos los mares y se conmueven los desiertos: (mares de agua y mares de sombra, desiertos de arena y desiertos de luz, porque suele tratarse igualmente de ejércitos, de familias y de caravanas de almas). Y era el sable quien mandaba y eran cosas de prodigio las que se veían cuando el sable mandaba, cosas de exterminio y de sangre, cosas de honor y de luz, muertes, cargas, fugas, esplendores, cóleras... y el sable siempre rayando las fronteras de los pueblos nuevos y esparciendo a los cuatro horizontes los saludables espantos de la justicia. Aquel sable era como la tempestad: por donde iba pasando tronaba.

Y vino después el tiempo de los ocios tristes, y llegó la estación de encanecer y las grandes aves negras volvían ausentarse para sus pueblos y cumbres, y el sable volvió a entrar en su vaina y ya no se le vio más...hasta un día.
Segundo acto del drama: Juan Manuel de Rosas. Éste hombre tan grande y tan fuerte vivió constantemente recibiendo rayos. Cuestión de altura. Solo que como las cosas del mundo físico suelen tocar su acción en el mundo moral, las calumnias, las diatribas y los apóstrofes de los pequeños contra los grandes hieren de abajo a arriba.

Es casi asunto de iniciados llegar a convencerse en este país de la inmensa altura genial de Rosas. Son veinte años de historia tachados cobardemente. Irrefutable prueba de pequeñez moral. Las tres cuarta parte de los ciudadanos argentinos ignoran todo lo que es realmente histórico de la dictadura del general Rosas. La gente unitaria ha seguido teniéndole miedo al hombre hasta después de muerto, y se ha dado el elocuente caso de un cadáver dando miedo a la historia oficial de un pueblo. Porque ésta es la verdad: no han sido los historiadores que se han callado, sino el cadáver que les ha impuesto silencio. De algún modo tenía la calumnia que mostrar bajo su falsa piel leonina el hocico de chacal. Sólo se sabe que en aquella época se cortaban cabezas. Y bien, ¿qué? Se cortaba porque era una guerra de cabeza contra cabeza. Y si yo hubiera de optar imparcialmente entre aquella época de lucha ferozmente bravía, y estos tiempos de cobardías y de subasta en todo, me quedaría con la primera. Temple moral debía tener el pueblo que mandaba el general Rosas cuando fue capaz de producir Caseros.
En cambio el pueblo de hoy cree que para echar abajo las repugnantes medianías que lo están robando, no le queda mejor recurso que el soborno del ejército. ¡Siempre la subasta!

Y luego, ¡qué extraña y formidable carrera la de aquel hombre! De repente aparece en la escena con los dos rayos azules de sus ojos. A su alrededor hay guerreros valerosos, tribunos eximios, ciudadanos meritorios. Todo se pliega ante él o viene abajo. Es cosa de un instante. Repentinamente se ve que ya no queda más que él, Suprema injuria para los mediocres.
Dentro de el concepto del gobierno, y con las modernas leyes científicas de la concurrencia vital, el único gobernante lógico es el tirano. La idea del mando es absolutamente autocrática. El que manda es siempre uno. El crimen del general Rosas consiste en haber sido lógico ocupando solo todo el horizonte porque era el más grande de todos los hombres de su tiempo.
Hay que confesar que la personalidad de Rosas no cabía en la vulgar y mediana blusa democrática a pesar de tener ésta diez mil mangas. Y él la hizo estallar magníficamente. Bajo la enorme presión de su pecho dominador saltaron los míseros broches del convencionalismo legal. Entonces le advirtió la tempestad, le juzgó digno de su esfuerzo, le vio grande entre las microscópicas envidias que hormigueaban bajo su talón imperioso, y echó él vientos, nubes, rayos.

Europa volvió a anudar cabos rotos de sus recolonizaciones fracasadas, y fue el moverse las escuadras sobre los mares, y el agruparse los traidores sobre la tierra. Brevemente: Rosas alzó entonces su cabeza principalmente hermosa y soberbia, hizo pelear a su pueblo, y batiéndose – ambidextro formidable – con un brazo contra la traición que ponía en venta la propia tierra por envidia de él, y con el otro contra la invasión que venía a saquear en tierra extraña, echó a la tempestad riendas de hierro que manejó con sus puños el gran jinete de pueblos y de potros. Y por segunda vez se salvó la independencia de la América.
Entonces el sable, aquel viejo sable se estremeció en su vaina como en los buenos días de las batallas por la libertad del continente lejano.
El león sintió que sus canas eran todavía pelos viriles, comprendió toda la grandeza del esfuerzo del dictador, y dijo que en mejor mano no podía caer la prenda heroica. Y redactó su testamento partiendo la herencia en dos, dejó su corazón a Buenos Aires y su sable a Juan Manuel de Rosas. Y no tenía más que dejar. Hay motivos para creer que no amaba más el corazón que el sable. Éste rasgo de San Martín, es entre los muy pocos geniales que tuvo, el más genial. No cualquiera podía comprender a Rosas. Verdad es que San Martín no debió ver en él sino el Salvador de la Independencia de América. Pero ¿se necesita más?
Y bien: he aquí que traen como reliquia bajo el saludo de las banderas, la herencia que San Martín dejó a Rosas. Jamás soñará el dictador mejor desagravio en su propia tierra. Porque es imposible separar aquí los recuerdos. Por Rosas vuelven a tener los argentinos el sable del Libertador. Y no se puede hablar de la herencia heroica sin recordar al gran heredero, al hombre extraordinario que a pesar de todo no han conseguido manchar por completo las calumnias mezquinas y los silencios cobardes de los que nunca pudieron perdonarle el imperdonable crimen de haber sido más grande que ellos.
Y yo escribo esto ahora, asumiendo honradamente mis fueros de posteridad, debo una declaración que conceptúo importante: dos de mis abuelos pelearon en las filas unitarias.

Uno venciendo al Gran Bárbaro, empresario de hazañas de leyenda, en la Tablada y Oncativo, donde fue el afirmarse las infanterías como sobre un manchón de piedra cada infante, y el cargar de las caballerías rajando la tierra a golpes de patas de caballo los jinetes con los brazos arremangados y tan pegados a ellos las lanzas, que parecían retoños de árboles en aquel choque de una tormenta brava contra una montaña serena. Otro vencido en el Tala, donde fue el desbandarse las gentes de Lamadrid – aquel guerrero de piel tan agujereada que no se sabía cómo no le había ido por las brechas la brisa de fuego que tenía por alma – bajo una nube de boleadoras, con las lanzas a la rastra para salvar los jarretes en los brutos, doblada la espalda bajo el fantástico golpe de la persecución que venía desatando alaridos y desplegando los colorados chiripás como llamas pegadas a los flancos de los caballos, en un tumulto visionario que era como un naufragio en un relámpago.

Ahora bien, en presencia de ese sable que la nación de los argentinos no puede recibir hoy dignamente, porque está muy escasa de laureles, cabe un parangón entre época y época. Cabe preguntar qué vale más, si aquellos años de guerra abierta, cruel pero varonil, y los presentes de asfixia moral, de lepra sorda, de cobardías y de sensualismos de camastro. Es el momento de decidirse entre la hemorragia y el flujo secreto. Y hay que confesar sobre todo que si hemos conseguido un confortable tejido adiposo, nos hemos empequeñecido de corazón. La ganzúa ha vencido al puñal. Ya nadie quiere mandar; empero, todos desean hartarse. Economía de rayos para las nubes. Gastos de miasmas para el sumidero. Compensación. ¿Qué nos favorece más?
¡Oh!, los sables libertadores son útiles santos. Por el sable es como dos islas están sosteniendo ahora el honor de la humanidad. Los sables nunca tienen la culpa de los males de los pueblos. Las culpables son las manos.

Ante la gloria de los héroes, desaparece, se anula el mísero concepto de las patrias. Por eso yo que no tengo ninguna, si se exceptúa el corazón de la mujer que me ama, he recordado ante ese sable que llega, la independencia americana, necesaria a la economía del globo como un pulmón aunque esté manchado por la infamia republicana y la estupidez democrática; he vengado a la historia de la conjuración de mil triunfantes envidias pequeñas pero numerosas como viruelas; y he resuelto recordar a los militares (no me atrevo decir guerreros) de esta nación crucificada en el caballete de una pizarra de bolsa, que entre los afeminados ciudadanos de Itaca no se encontró uno capaz de manejar el arco legendario del guerrero ausente.

Por fortuna, el sable va a ser puesto en el Museo. Es lo mejor, desde que ya no existen ni el libertador don José de San Martín ni el tirano don Juan Manuel de Rosas.

LEOPOLDO LUGONES, diario "El Tiempo", 4 de Marzo de 1897.

Nota: El escrito lugoniano fue publicado en el mismo día que llegaba al país el  Sable del Libertador; el que luego sería uno de los maestros del Nacionalismo Argentino contaba a la sazón con tan sólo 23 años.

martes, 13 de diciembre de 2011

OSVALDO MAGNASCO Y LA PENETRACIÓN INGLESA EN EL RÍO DE LA PLATA




El once de septiembre de 1891 el diputado Osvaldo Magnasco, integrante de una comisión parlamentaria investigadora de los ferrocarriles Garantidos exponía, con elocuentes palabras, las devastaciones llevadas a cabo por la política ferroviaria inglesa.
El profundo significado de su discurso, transformado en alegato reivincatorio de la experiencia nacional, denota con meridiana claridad las depredaciones británicas en nuestro territorio y pone de relieve la irreflexión - y muchas veces también la venalidad - de los gobernantes argentinos que la posibilitaron.
Transcribimos parte de esa locución en mérito a su importancia:
"…Ahí están las provincias de Cuyo, por ejemplo, víctimas de tarifas restrictivas, de fletes imposibles, de imposiciones insolentes, de irritantes exacciones, porque el monto de esos fletes es mucho mayor que el valor de sus vinos, de sus pastos y de sus carnes.
Ahí están Jujuy y Mendoza, sobre todo la primera, empeñada desde hace 12 años en la tentativa de la explotación de una de sus fuentes más ricas de producción: sus petróleos naturales. Pero no bien llega a oídos de la empresa la exportación de una pequeña partida a Buenos Aires o a cualquier otro punto, inmediatamente se levanta la tarifa, se alza como un espectro, y se alza tanto, que el desfallecimiento tiene que invadir el corazón del industrial más emprendedor y más fuerte…"
El orador continúa, refiriéndose a los inconvenientes que debieron soportar otras provincias, tales como Salta, Santiago del Estero, Tucumán, cercenadas en su vitalidad creadora por la digitación británica, sólo consecuente con sus propios intereses colonialistas.
Enumera Magnasco, en otro lugar de su discurso, los enormes abusos que cometían las empresas, que se encontraron libradas del control que les impedía hacer uso indiscriminado de los privilegios con que las favorecían los contratos de concesión por un decreto de 1888.
Finaliza el diputado denunciando el sabotaje sistemático de todas las industrias nacionales; no obstante muéstrase optimista en lo que respecta a la aprobación del proyecto - en cuya confección colaboró de manera activa - destinado a cortar las abusivas prerrogativas británicas.
Pese a esto los Ferrocarriles Garantidos - que en esta época insumían una tercera parte del presupuesto nacional - siguieron gravitando en la economía argentina en forma tal que llegaron a conformarse en un estado paralelo; muchas veces con mayor poder decisorio que el Estado de derecho.
Los deficitarios ferrocarriles ingleses no solamente no fueron nacionalizados sino que llegaron a absorber al Andino y a otras líneas estatales que, en esa época y dada su aceptable administración, arrojaban saldos positivos para la economía del país.
Todo este proceso comentado, y cuya eclosión se produce en las últimas décadas del siglo pasado, no es más que la consecuencia inmediata, pero largamente elaborada, de la política imperialista británica que se inicia en nuestro país, de manera violenta, a principios del diecinueve. Las consecuencias mediatas de esta política se reflejaron por espacio de varios lustros en la historia nacional.
Dos objetivos primordiales animaron al capitalismo inglés. El primero de ellos consistía en mantener a nuestra nación - conforme a la división internacional del trabajo - en exclusiva productora de materias primas, encargada de satisfacer el mercado interno de la Isla. El segundo, tendía a lograr el predominio manufacturero mediante la sistemática destrucción de las industrias autóctonas. De culminarse ambas la hegemonía británica estaría consolidada.
El ferrocarril fue el instrumento idóneo para llevar a cabo esta empresa .
Y es así como la historia de los ferrocarriles argentinos no fue nada más que la historia de la penetración inglesa en nuestro territorio: ayudada en todos los casos por la complicidad - actitud tolerante en algunos casos, participación activa en los más - de nuestras élites gobernantes.
Cuando en 1857 se inaugura el primer tramo del FFCC Oeste, financiado y construido por un grupo de porteños, en su mayoría comerciantes, se da un gran paso para la consolidación de la riqueza nacional, ya que los excedentes se reinvierten en valores reproductivos, en lugar de ser incorporados todos los fondos a la producción de los productos perecederos.
Si se suma a esto el hecho que el gobierno de la Confederación, presidido entonces por el general J.J.Urquiza, ofrece la libre navegación de los ríos, se concluirá que la única riqueza sólida del patrimonio argentino esta constituida por el FFCC Oeste.
La oligarquía proimperialista, que hace irrupción en el poder a partir de Caseros, una vez que se afirma en el Estado inicia la política de remate de nuestros ferrocarriles y de otorgamiento de concesiones masivas a compañías inglesas.
A principios del 1900, mientras el Estado posee sólo 2000 Km. De líneas férreas los capitales particulares han aumentado su extensión hasta llegar a los 14.500 Km.; estamos a esta altura en plena consolidación del dominio británico.
Este dominio se va a reafirmar mediante una medida de carácter institucional: la sanción de la Ley 5315, cuyo proyecto fue presentado por el ingeniero Emilio Mitre el 5 de Agosto de 1907, y en septiembre de ese mismo año aprobado por el Senado.
La Ley de marras otorgaba amplias libertades para la importación indiscriminada de elementos que las empresas ferroviarias juzgaren como necesarios, exentos de todo impuesto aduanero (art.8°); asimismo eximía de toda clase de impuestos a las mencionadas empresas, ya fueran estos nacionales, provinciales o comunales. Sólo se requería de ellas una contribución única del 3% del producto líquido, que debería ser destinado a obras de vialidad. Demás esta decir que lo obtenido en concepto de recaudación de estos aranceles siempre se invirtió en el mejoramiento o trazado de los caminos que conducían a las distintas estaciones ferroviarias. Por lo tanto nada era perdido pues el transito seguía siendo canalizado hacia el ferrocarril.
Todas estas medidas tendrían vigencia hasta el 1° de enero de 1947. En lo que respecta al plazo de duración de las concesiones la Ley no decía absolutamente nada.
Llegando al tercer lustro de este siglo nos encontramos con que el ferrocarril ha creado un monopolio de hecho, modificando totalmente el mapa demoeconómico argentino y habiendo fortalecido los lazos de dependencia con respecto a Gran Bretaña. 
El litoral y la provincia de Buenos Aires favorecidos pues como zonas cerealeras y ganaderas resultan útiles a las necesidades y a los intereses ingleses, pero el resto del país empobrecido o infradesarrollado dado que no cuenta con estos requisitos.
Los puertos internos también sufrieron la impotencia de su promovido estancamiento ya que tanto la salida como la entrada principal de productos se ejercía por el puerto de Buenos Aires, controlado por la poderosa flota comercial sajona.
El trazado de las líneas férreas ahogó grandes zonas productivas, de inconmensurable riqueza virtual. 
Los ramales no fueron más que trazados de mallas que tenían por finalidad impedir la intromisión de otras líneas competidoras, más que preocuparse por ponerse en contacto con otras regiones de producción.
El alcance de esta política fue puesto en evidencia por la Dirección General de Ferrocarriles en 1916, cuando aludía a la sofocación ferroviaria de que era víctima nuestro país. Dicha repartición denunciaba, también los cuantiosos gastos que insumía el mantenimiento de un servicio excesivamente lujoso de estaciones y trenes, todo lo cual daba una idea aproximada de lo negativo e injurioso que para el presupuesto nacional significaron esta política de penetración y las actitudes permisivas de nuestros hombres de Estado.
A partir de 1920 la necesidad de expandir los cultivos industriales, unido a la diversificación del transporte terrestre - propulsados por motor a explosión - abrirá para el país nuevos rumbos; la hegemonía inglesa comenzará a tambalear, pero su acción en las entrañas de nuestra nación fue altamente destructora, como para que los efectos que la misma generó pudieran desaparecer en un corto tiempo. Tal es así, que podemos afirmar que del cuadro que Osvaldo Magnasco nos traza al principio resultan muchas de las consecuencias que aún hoy estamos sufriendo.


ENRIQUE PISTOLETTI, Boletín del Instituto Juan Manuel de Rosas de Investigaciones Históricas. Año 1, 2 época, n° 1, Julio de 1968.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

JUICIO DE JOSE MARIA ROSA SOBRE DON JUAN MANUEL


"Por la Confederación , por el pueblo federal, por el sistema americano, jugó Rosas su fama, fortuna y honra. Las perdió, como necesariamente tenía que ocurrir. 'Creo haber llenado mi deber – escribió la tarde de Caseros con absoluta tranquilidad de conciencia –, si más no hemos hecho en el sostén sagrado de nuestra independencia, de nuestra integridad y de nuestro honor  es que más no hemos podido'.
Y dolido por su Argentina ya sin gravitación internacional y presa de la voracidad extranjera, dolido por su pueblo castigado, por la quiebra  del sistema americano, por las hecatombes que siguieron a Pavón y la injusticia de la guerra del Paraguay, moriría calumniado y pobre pero nunca amargado en su exilio de Southampton el 14 de Marzo de 1877..."




sábado, 19 de noviembre de 2011

ROSAS Y LA SOBERANIA NACIONAL




LA VUELTA DE OBLIGADO Constituye una ardua tarea surcar de nuevo los peligrosos meandros capilares del pasado, mas, hoy, en presencia de hechos controlados por la inexorable tecnología moderna, es incuestionable que la exposición de nuestra historia clásica exige no pocas rectificaciones.
A la luz que proyectan divulgaciones de numerosos archivos oficiales y privados, tanto en nuestro país como en el extranjero, resulta justiciero modificar el enfoque de muchos textos consignados de buena fe en su tiempo y cuando se ignoraba la complejidad de instrucciones reservadas así como pormenores y causales secretos.
No es fácil aducir nuevos elementos de interés acerca de tema tan heroico como popular y trillado, pero acaso podremos poner de relieve algunas consecuencias y concomitancias, para mayor gloria del país y de la Divina Providencia que gobierna paternalmente el mundo, hasta en sus mínimos detalles, aún cuando no se descubra siempre a primera vista.
Il tempo e galantuomo, afirman con gracejo los italianos (caballeroso es el tiempo).
Pese a veinte siglos de cruenta experiencia, hoy como siempre, "la razón del más fuerte sigue siendo la mejor". Sin embargo de ello, en el inmenso desbarajuste mundial que presenciamos, procuremos recordar que uno de los diez mandamientos ordena honrar a nuestros progenitores, obligación que también es extensiva a los Padres y defensores de la Patria: terra patrum, vale decir: del suelo en que descansan los restos de nuestros mayores, y por ende, tenemos el deber ineludible de venerar la memoria de aquellos cuya sangre corrió en salvaguardia de su independencia y soberanía; tal es el objeto de esta sucinta relación.
La misma índole del trabajo obligará sin duda a varias repeticiones de hechos y de nombres, por lo que, de antemano, solicito la benevolencia de los auditores.
Como se sabe, la famosa expedición militar aliada por los ríos interiores, fue motivada por la formal negativa del gobierno de Rosas de conceder su libre navegación, frente a las altaneras exigencias de los representantes de Francia e Inglaterra, quienes en realidad, amparaban con tales pretensiones, intereses comerciales de compañías privadas que aspiraban a obtener la explotación de un amplio y exclusivo intercambio.
Mal inclinado por naturaleza, y peor dirigido, cuando carece de muy poderosos auxilios y luces de arriba, el espíritu humano corre a menudo el riesgo de caer en el precipicio de los peores extremos. En aquellos días se trataba de enriquecerse a toda costa según el novísimo credo liberal reinante, de Adam Smith, 1723-1790, y de Stuart Mill, 1806-1873, el amigo de Augusto Comte y de Turgot, y que muchos consideran como el padre de la moderna economía política, a fuerza de buscar mercados vírgenes para su comercio y con ello, edificar fortunas rápidas, de ser preciso, mediante cañonazos, se llegó con disfraces hipócritas, a la genuina fórmula de "cómprame o te mato"; rezaba un axioma inmoral: Haz dinero de cualquier modo, pero haz dinero. ("Make money anyhow, but make money).
Con múltiple astucia se presentaban los agentes europeos bajo caretas de civilizadores humanitarios, de largas miras progresistas, y directa o indirectamente, mezclábanse en los complicados y apasionados líos de la política interna local, para sacar provecho de unos y otros, a veces vendiendo simultáneamente armas a los dos bandos en lucha.
Para Inglaterra, la gran nación marinera mundial por excelencia, "Britania rules the waves" (domina Gran Bretaña sobre las olas), los nuevos países de venta se descubrieron primero, en el lejano Oriente: en la India, la China, y el Japón.
Francia siguió más despacio, también en busca de colonias. La conquista de Argel y de su hinterland, aquel hasta ayer inexpugnable nido de piratas feroces, ante el cual había fracasado con todo su poderío el mismo Carlos V, terminó después de tremendas luchas y alternativas, recién en 1854, nueve años después de Obligado. Allí se produjeron dramáticos episodios. Abd-el-Kader, el siempre escurridizo e imbargable caudillo, quien había proclamado la guerra santa, se rindió por fin a Lamoriciére, y la Gran Kabila se sometió, pero aseguran que sus sacerdotes siguen llorando, hoy mismo, ante Allah, la perdida independencia de semejante paraíso.
La Confederación Argentina que había escapado por milagro, a la toma de anexión definitiva, después de las fracasadas invasiones inglesas, ofrecía buenas perspectivas para un amplio mercado comercial.
Por lo general, el comerciante inglés tenía en Buenos Aires fama de serio, cumplidor y circunspecto. Dice al respecto, el oficial sueco Graaner, en la obra "Las Provincias del Río de la Plata en 1816" traducción y notas de José Luis Busaniche: "sin embargo hay que hacer justicia a la nación inglesa en cuanto que sus súbditos establecidos en ese país, sea como agentes de gobierno, o como negociantes, han obrado tan dignamente y con probidad tan ejemplar, que se han ganado la estimación de todos los naturales y no en poco han contribuido al mejoramiento de sus costumbres. Han ayudado y protegido, llegado el caso, a todos los partidos en desgracia, incluso a los mismos españoles cuando se sentían oprimidos, y donde quiera que se ha producido una desgracia, se ha encontrado siempre un inglés que acudía para prestar socorro".

LA VERDADERA CAUSA DE LA APERTURA DE LAS HOSTILIDADES

Por no alargar demasiado, extraigo en síntesis, la esencia del erudito trabajo del Teniente Coronel argentino Evaristo Ramírez Juárez, "Conflictos Diplomáticos y Militares en el Río de la Plata, 1842-1845".
"Se hizo notorio y fue divulgado que no eran ajenos los ministros franco-británicos Deffaudis y Ouseley, así como otros representantes aliados, a la percepción de las rentas que cobraba la Aduana de Montevideo, fuera de otras franquicias originadas por el comercio, con pingües ganancias, entre las cuales puede citarse el tráfico descarado con Buenos Aires, simulando burlar el bloqueo aliado. Ello explica la intención manifiesta de ambos representantes de extender sus relaciones comerciales con las ciudades del litoral, ejerciendo franca hegemonía en ese sentido, y procurar que durase el conflicto.
"Bien lo sabían los aliados y no podían echar en olvido, aquellos párrafos tan significativos de la carta que Sir Home Popham dirigiera a su amigo el señor Evan Napean, de Londres, el 19 de julio de 1806, donde le decía: "En verdad, Sir Evan, este es el mejor país que yo he conocido: necesitado de las manufacturas británicas y con sus almacenes repletos de productos del país, listos para ser enviados de retorno".
"No hay duda de que un afianzamiento de la situación de los aliados en el Río de la Plata, los colocaría en condiciones de desarrollar sin inconvenientes una amplia acción por los ríos interiores, una vez establecida su libre navegación, con prerrogativas especiales para Francia e Inglaterra, a modo de monopolio, asegurando así muchos valores en juego.
Mientras existía un activo cambio de notas con que se pretendía encontrar una fórmula de tranquilidad para estos países, funcionaba en Montevideo una fuerte empresa comercial, que por intermedio de sus corresponsales en Europa, trataba de desacreditar a la Confederación Argentina. Al frente de dicha empresa que era inglesa, figuraba un señor Lafone que trabajaba secretamente también por la libre navegación de los ríos, a fin de conseguir la exclusividad de una línea de navegación por el Paraná, ocupando sus mejores islas para depósito de mercaderías, las que serían pobladas con gente traída de Inglaterra.
En Montevideo el gobierno de Rivera, había concedido al comercio inglés el privilegio de navegación por el Río Uruguay, de acuerdo con el tratado de 1842, pretendiendo ahora igual cosa en el Río Paraná, por lo que los agentes oficiales franceses e ingleses, quienes eran los más interesados, disfrazaban sus intenciones, poniendo de por medio una casa comercial, cuyos representantes eran elementos secretos de dichos funcionarios, antecedente que significaba un serio peligro para las repúblicas del Plata.
La gravedad que podía resultar del otorgamiento de aquellas concesiones la destacaba bien a las claras, el Ministro Argentino en Londres Don Manuel Moreno, cuando en nota de 2 de Julio de 1845, le decía al Dr. Arana: "El Imperio Británico en la India, empezó por el pequeño Fuerte de San Jorge. Ese inmenso dominio ha sido obra de una compañía de comerciantes".
"Si bien el estado político social de la Confederación Argentina era muy diferente al que regía en las Indias, cuando su conquista comercial, convenía defender a toda costa la integridad política y económica de la Confederación; y así lo entendieron las personas que rodeaban a Rosas. En cuanto a éste, también tenemos que reconocerle su participación en este hecho, pues aun admitiendo, como lo afirman sus detractores, que fuese un acto inconsciente, debemos aceptar que por su mediación, este país no se convirtió en una simple factoría inglesa.
"Esa prepotencia comercial exclusivista y grandes intereses personales que se crearon con tal motivo, desempeñaron como vemos, un papel decisivo en los asuntos del Plata y hasta podemos decir con los antecedentes citados, que fueron esos intereses los que desviaron la diplomacia del camino de la paz.
"En las instrucciones entregadas al Ministro inglés, por su gobierno, se le autorizaba el empleo de las fuerzas puestas a sus órdenes para exigir de Brown el levantamiento del bloqueo, en caso de no acceder a la petición amistosa de los mediadores, o bien, para tomar posesión de la isla de Martín García o de cualquier otro punto necesario, para el desarrollo del programa trazado. Más o menos igual rezaban las instrucciones del ministro francés Deffaudis.
Capturados los buques de guerra argentinos en el mismo puerto de Montevideo y después de las incursiones a los pueblos ribereños del Uruguay, todo ello de acuerdo con los aliados y por orden de Rivera, tales actos de piratería obligaron al gobierno de Rosas a prepararse para repeler en el Paraná una inminente expedición anglofrancesa cuyo fin sería intimidarle, aplicando un bloqueo a las costas argentinas. Los aliados pretendían además, establecer un contacto con los unitarios de Corrientes y aislar a Entre Ríos, que se tachaba de baluarte del federalismo.
Aquilató el Restaurador toda la gravedad de la situación, y el 13 de agosto de 1845 dirigió al General Lucio Mansilla una nota participándole que el Coronel Francisco Crespo se le incorporaría, con los buques de guerra y demás elementos bajo sus órdenes; contempla la necesidad de "construir cuanto antes en la costa firme del Paraná una batería en el punto más aparente, y acoderar los buques, para ofrecer una resistencia simultánea, de modo que la escuadra enemiga no pueda pasar más adelante".
Dejaba al General Mansilla la elección del lugar y elementos, para levantare fortificaciones que significaran un impedimento serio, e indicaba que fuesen preparadas en la Provincia de Buenos Aires o en Santa Fe, por su proximidad a la Capital. Dice al respecto el Teniente Coronel Ramírez Juárez: "Felizmente la invasión que temía Rosas, no se realizó con la premura que se esperaba. Si los aliados una vez capturada la escuadra argentina, hubiesen ejecutado su plan de operaciones sobre el Río Paraná, no hubieran encontrado ninguna resistencia seria de parte de Rosas. Sus imprevisiones y demoras debían conducirlos a esa campaña en la que, si bien obtuvieron triunfos, no compensaron sus resultados, como veremos más adelante, los sacrificios que debieron soportar".
Mansilla, consciente de su gravísima responsabilidad, después de algunas vacilaciones, resolvió fortificar con todos los elementos disponibles el sitio llamado "Vuelta de Obligado", por su extraordinaria posición estratégica, como consigna en su parte a Rosas: "por la vuelta que hace el río en una punta saliente y difícil de remontarse con el viento, a quien viene navegando, debido al cambio que hace de rumbo el canal principal".
En dicho sitio, las aguas profundas y majestuosas del paraná se estrechan bruscamente, no dejando más que un paso ancho de 800 a 900 metros. En la ribera izquierda, la costa de Entre Ríos extiende sin mayores accidentes su borde triste y pantanoso, pero al frente, en la ribera derecha, se eleva una amplia barranca cuya plataforma, que avanza bastante sobre la llanura, domina el río casi a pico, salvo en un sitio angosto, donde el terreno baja gradualmente hacia la orilla.
Habían sido construidas cuatro baterías armadas con cañones de grueso calibre: la primera, en un ángulo de la barranca; otras dos, de tiro rasante, se hallaban emplazadas en la parte baja del plano inclinado, y la cuarta, que dominaba todo, situada sobre la misma cresta de la plataforma, dirigía sus fuegos en dirección a la corriente. El río estaba cerrado por una barrera formada por 24 barcos atados entre sí, con triples cadenas de hierro. En uno de los extremos y sobre la ribera derecha, colocáronse 10 brulotes, prontos a ser arrojados encendidos y al otro extremo, más allá de la barrera de barcos acoplados, se hallaba anclado, a modo de batería flotante, un bergantín grande, y bien armado, cuyos fuegos debían cruzarse con los de la opuesta orilla; a más de las baterías y de varias piezas volantes. El total del armamento de las citadas baterías alcanzaba una veintena de cañones y las tropas defensoras, unos dos mil quinientos hombres, entre soldados y paisanos. Las fuerzas enemigas constaban de diez buques poderosamente artillados y eran las más importantes vistas hasta la fecha en nuestros ríos.
Dice Ramírez Juárez refiriéndose a los instantes previos al combate: "Ha llegado el momento supremo. Van a encontrarse frente a frente dos fuerzas que representan por un lado, la ambición basada en el derecho del más fuerte, y por el otro la justicia. Aliados y argentinos.
"La hora de la tragedia se aproxima. Mansilla, erguido, soberbio, en actitud desafiante, en su pedestal de las explanadas, hácenos evocar héroes mitológicos de la Germania milenaria, o bosquejar en recuerdos, aquellos dioses de la epopeya helénica. Contempla con sus catalejos el avance de la escuadra enemiga. Sus artilleros están listos para encender la mecha de sus cañones, a la primera voz de mando.
"De pronto rasga el espacio el sonido de un trueno lejano; todas las miradas convergen hacia los buques enemigos y, sin tiempo para observar el humo que se desprende de las baterías. ¡Es la muerte que llega!...
"Pero el alma argentina, robustecida en más de cien combates heroicos, no se amedrenta; comprenden su misión los guardianes del suelo y los custodios de la bandera, que en esos momentos flamea orgullosa en las crestas de los merlones.
"El instante es angustioso; Mansilla, en uno de esos gestos propios de tales caracteres, da una orden y las notas solemnes del Himno Nacional se elevan hacia el cielo. En cada una de ellas va un desafío al enemigo, un reto a la muerte, una protesta al mundo por el crimen a consumarse. Pero también cada nota lleva en sí, el influjo necesario para estremecer intensamente, hasta la última fibra del corazón de esos soldados, pues, hablándoles de deberes a cumplir y de los hogares a defender, llenan de heroísmo sus pechos, emborrachan de entusiasmo patriótico sus mentes, hasta hacerlos despreciar los claros que el fuego enemigo deja en sus filas. Uno tras otro van cayendo; sus vidas se extinguen balbuciendo la canción nacional. Los últimos compases del himno saludados con un ¡Viva la Patria! Por el grito varonil de los valientes que restan, van a confundirse con el estampido de los cañones de la defensa..."
Así, pues, el 20 de noviembre, por la mañana, cuando se levantó la niebla comenzó el combate que fue violento y encarnizado.
Las baterías argentinas empezaron a sufrir el rigor de un cañoneo demoledor. Despacio, tres buques ingleses lograron ponerse en posición de ataque, frente a las baterías argentinas y en medio de un fuego intenso, que les ocasionó graves pérdidas. El "San Martín" enarbolando la insignia del comandante francés Tréhouart, logró tomar posición, pero, al recibir todo el fuego de la batería "Manuelita", su situación se volvió insostenible, por cuanto le habían alcanzado más de cien cañonazos y perdido mitad de la tripulación. Acudió entonces en su ayuda la fragata Fulton. Dos veces, intentó cortar en vano las cadenas. Tuvo que retirarse aguas abajo. Tréhouart entonces se embarcó en el "Expéditive" para seguir la lucha.
El capitán inglés Hope, en un golpe de audacia, cubierto por el fulton, pudo al fin cortar las cadenas y tres barcos aliados pasaron al otro lado. Enseguida otras naves, la "Expéditive", la "Camus" y la "Procida", acercáronse a tiro de fusil de la batería argentina "Manuelita", al mando del denodado Thorne, y reciben de enfilada, una infernal ráfaga de metralla. Empezaba Thorne a carecer de municiones y de sirvientes para sus piezas, lo que no le impide continuar la defensa con heroico ardor. A las 5 de la tarde, hace su último disparo y cae herido por una granada, de cuyas resultas quedó sordo para todo el resto de su vida. Diéronle el apodo de "El sordo de Obligado".
Todos los defensores fueron admirables. Brown, benemérito descendiente del ilustre almirante; Palacios, bravísimo Teniente que dirigía la batería General Mansilla; el ayudante de marina Alvaro de Alzogaray, en su batería Restaurador, quien disparó también personalmente su último tiro agotadas las municiones, en un cañón de 24; la valiente Petrona Simonino formaba en un grupo de abnegadas mujeres que atendían a los heridos y animaba con su elocuencia a los combatientes. Pero ya llegaba la hora fatal del desembarco, a cuyas tropas hizo frente en persona el General Mansilla al mando de sus infantes que cargaron a la bayoneta bajo una lluvia de metralla y fue entonces cuando fue derribado por un biscayen francés, proyectil redondo que conservaba mi abuela y que he tenido en mis manos.
Poco antes de las seis de la tarde, las tropas argentinas al mando del Coronel Rodríguez, se vieron obligadas a replegarse debido al fuego mortífero de los tres barcos aliados que habían logrado colocarse a unos ciento cincuenta metros de la costa, y que tiraban a boca de jarro. Abrumados por la aplastante superioridad en armas y tropas del aguerrido enemigo, cesó por fin el combate que había durado siete horas consecutivas, y las tropas de Mansilla se concentraron dos leguas más adentro sobre el camino de San Nicolás.
Habían ganado los invasores el primer round sangriento, pero que iba a ser vengado muy pronto.
En resumen, los anglo-franceses no pudieron disfrutar de ninguna ventaja, y si bien es cierto que forzaron el paso de "Vuelta de Obligado" tampoco derrotaron a los defensores.
Las tropas de Mansilla, después de la pequeña tregua que impuso la llegada de la noche, se repusieron y quedaron en condiciones de seguir disputando la marcha de los aliados, palmo a palmo, con esa tenacidad y energías propias de quienes defienden sus hogares amenazados por una invasión extranjera.
Para ampliar, entresaco de un brillante artículo debido a la pluma de don José María Rosas, los siguientes pormenores que se refieren al combate posterior llamado "Quebracho", el 7 de junio de 1846, precisamente siete meses después de Obligado. Dice así:
"En noviembre del 45 la escuadra anglo-francesa abría a cañonazos la defensa argentina de la 'Vuelta de Obligado'. Pero esta victoria argentina - ¡glorísima derrota nuestra! - lograda a bien alto precio había de ser vengada con creces por las armas de la Patria. Los buques invasores son atacados en todo punto favorable que ofrezca el Paraná: en el Tonelero, en San Lorenzo, y por fin el 7 de junio de 1846, serán completamente desparramados en el 'Quebracho', donde Mansilla y Santa Coloma, aprovechando que el río se estrecha en angosta garganta, emplazaron bien dispuestas baterías. Con 16 cañoncitos herrumbrados, que posiblemente habían servido en la guerra de la Independencia, hunden 7 buques grandes y ponen en precipitada fuga a los demás. Desde arriba de las barrancas, y hasta que se internaron en las islas del Delta, las tercerolas criollas de todos los gauchos de la ribera, al decir de uno de nuestros marinos 'enloquecieron a los gringos que no sabían a donde meterse'.
"La emoción que el 'Quebracho' y la derrota anglo-francesa produjo en Europa, fue enorme. La minúscula pero férrea Confederación Argentina sabía defender su lugar entre las naciones soberanas y desde Grand-Bourg. San Martín escribe: "Tentado estuve de mandarle (a Rosas, Jefe de la Confederación) la espada que contribuyó a defender la independencia americana, por aquel acto de entereza en el cual, con cuatro cañones hizo conocer a la escuadra anglo-francesa que, pocos o muchos, sin contar con elementos, los argentinos saben siempre defender su independencia". Como es sabido el Libertador cumpliría más tarde este deseo en su testamento".
Sobre el mismo tema dice a su vez el Capitán de Fragata Teodoro Caillet-Bois, por cierto nada sospechoso de parcialidad: "Otra conclusión a que llegamos, es que la guerra de vapores en el Paraná terminó con el triunfo de Rosas, ya que el descenso del gran convoy demostró con su pericia que, lejos de quedar abierto el río como lo pregonaron después de Obligado, su navegación se hacía día a día más peligrosa, tanto que el envío del convoy no se repitió y que las operaciones fluviales quedaron virtualmente terminadas".
"Despréndese claramente que en ningún momento los aliados gozaron de paz ni de tranquilidad para navegar por el Río Paraná. En cada recodo, en cada altura dominante, se encontraban los soldados de Mansilla listos para la lucha.
"Es así como capturaron a su paso por San Lorenzo la goleta "Vuelta de Obligado" (ex Federal), como cañonearon a los vapores "Alecto", "Harpy" y "Lizard" y además otros buques que subían o bajaban el río, pudiendo decirse que desde el "Quebracho" se extendía una zona manifiestamente hostil al invasor".
Confirma plenamente lo aseverado, el mismo Mackinnon cuando relata la llegada a Esquina, Corrientes, de los vapores de guerra ingleses "Lizard" y "Harpy", que habían tenido una fuerte refriega al pasar por las barrancas de San Lorenzo, donde fueron seriamente averiados, al extremo, dice, que "el pobre Lizard sufrió grandemente, teniendo dos oficiales y dos hombres muertos, amén de muchos heridos".
Un ligero examen de la narración que se ha hecho, nos demuestra que los aliados no consiguieron el objetivo que tuvieron en vista, al lanzarse en una empresa de esa naturaleza. No se aseguró la libre navegación de los ríos ni por consiguiente el comercio con el Litoral con lo que se pretendía debilitar el poder de Rosas, hasta terminar con su derrocamiento. Por el contrario, como consecuencia del fracaso de esa expedición, el Restaurador se afianzó nuevamente en el gobierno y los aliados comprendieron que no era posible embarcarse en nuevas aventuras, que los conducirían tal vez a un desastre.
Mejor que nadie, el gobierno inglés se dio cuenta cabal de los grandes sacrificios en vidas, cuyos resultados no respondían a las pérdidas soportadas, después de más de seis meses de navegación, lo cual unido a la severa crítica de la opinión inglesa, debió inclinarle, pese a los interesados, a terminar cuanto antes con semejante estado de cosas.
En efecto, cuando en la sesión de la Cámara de los Comunes, el 23 de marzo de 1846, Lord Palmerston provocó una interpelación sobre "si las operaciones de carácter más hostil en las márgenes del río Paraná, habían tenido la sanción previa del gobierno".
Contestó el primer ministro de la Corona, Sir Robert Reel, diciendo: "que no se habían dado ningunas instrucciones al representante del gobierno ni al comandante de las fuerzas navales, fuera de las ya comunicadas a la Cámara, debiendo declarar, que la tal operación no era prevista en las instrucciones anteriores dadas por el gobierno y que no contenían la sanción previa de semejante expedición".
Dichas palabras del gobierno inglés demostraron en forma concreta que los agentes se habían extralimitado en sus atribuciones.
No había transcurrido un mes del "Quebracho" cuando se presentó en Buenos Aires, un agente inglés, confidencial, Mr. Tomás Samuel Hoop, ante el gobierno de Rosas, para gestionar empeñosamente la paz. Con astucia criolla, negóse el Restaurador a recibirle durante mucho tiempo; mientras tanto la colonia inglesa y el comercio británico y los mismos diarios de Londres con el propio Parlamento, ponían el grito en el cielo y culpaban severamente al gobierno por la derrota sufrida y exigían el pronto restablecimiento de relaciones.
Lo propio sucedió con otros enviados diplomáticos designados posteriormente, hasta que por fin, fue nombrado formalmente en calidad de Ministro, Mr. Henry Southern, quien tuvo la suerte de firmar definitivamente la paz con el Dr. Arana en nombre de Rosas, el 24 de noviembre de 1846, siendo este acto la consecuencia lógica del Combate de "Vuelta de Obligado".
Por el artículo 1° de la Convención Southern-Arana, se disponía la devolución de la isla de Martín García, de los buques mercantes y de guerra que se encontraban en poder de los ingleses, y que fuera saludado el pabellón argentino con una salva de 21 cañonazos.
Conseguía con eso Rosas todas las exigencias y reparaciones que le habían negado los otros mediadores.
La Confederación Argentina, cuya bellísima defensa fue aplaudida por la prensa universal, inclusive por algunos diarios de los países invasores, se hizo conocer en el mundo entero por la bravura de sus hijos y la habilidad y patriotismo de sus gobernantes en esa lucha "tan importante como la misma guerra de la Independencia contra España", según también lo escribió San Martín.
El fracaso militar anglo-francés en el Río de la Plata había determinado un cambio radical de política por parte de aquellas potencias...

LA PROVIDENCIA TODO LO DIRIGE

Para nosotros los creyentes, bien sabemos que el Señor dirige desde lo alto la historia humana como la de cada individuo. "Sí, proclama el Sabio - los bienes y los males, la pobreza y la riqueza provienen de Dios". Eccl. XI, II.
La verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, sólo la conoceremos en el tremendo día del juicio final. Mientras tanto debemos contentarnos con lo que podemos descubrir cada vez un poco más, y aceptarlo honestamente, con altura y serenidad.
Encierra la simultaneidad de acontecimientos mundiales, importantes lecciones, por cuanto indica el concurso de circunstancias que se aglutinan para favorecer o para combatir la evolución de pueblos e ideas.
Es indudable que en aquellas décadas, cualquier vago ensueño de autarquía, como solemos decir hoy, por parte de estas antiguas colonias españolas, aparecería ante los ojos de las grandes potencias europeas manufactureras, algo así como un atentado desatinado, dirigido contra sus esfuerzos y sacrificios anteriores para crear, producir y vender sus mercancías al mundo entero; creían haber sentado con ello ciertos derechos adquiridos y no es imposible que, después de siglo y medio, algo de aquellas preocupaciones subsiste todavía, y para equilibrar los intercambios y ponerlos prácticamente a tono con la realidad en marcha, se necesitan conocimientos de economía mundial y no poca sagacidad y vigilancia.
Un siglo ha pasado; la ética en vez de mejorar se ha corrompido más aún si cabe, y nunca fue tan intrincado el babelismo universal, ni más cruenta la gran batalla por la Verdad y la Libertad; pero no importa, tomemos ejemplo de nuestros mayores y confiemos valientemente en Dios, contra viento y marea; por cuanto nosotros los creyentes, bien sabemos que recibiremos en la medida de nuestra Esperanza, ¡Sursum corda! ¡Arriba pues, los corazones!

DANIEL GARCIA MANSILLA*, Conferencia realizada en la Casa de la Provincia de Buenos Aires en el año 1950.

* D. García Mansilla fue nieto del General Lucio Mansilla, escritor, poeta y Embajador de reconocida actuación.

ROSAS: A LA VUELTA DE LOS PUEBLOS


Los primeros argentinos que lo glorificaron, aparte de sus federales, fueron dos de las figuras mayores que dio el país en el siglo pasado: José de San Martín y Juan Bautista Alberdi. El primero, como es sabido, legó su sable a Rosas, tras la segunda guerra de la independencia. Alberdi, en cartas de 1864 menos conocidas, hizo llegar a don Juan Manuel un plan para su autodefensa frente a los ataques de la prensa liberal de Buenos Aires.

En carta a Máximo Terrero, del 14 de agosto del año citado, Alberdi le aconsejaba cómo debía encarar la memoria-alegato y, entre otras cosas, le indicaba: "Debe reducirse a tres cosas: "cifras documentos, hechos", y también: "No hay que olvidar el testamento de San Martín". El 20 de setiembre le decía al propio Rosas: "El ejemplo de moderación y dignidad que Ud. está dando a nuestra América despedazada por la anarquía, es para mi, una prenda segura de que le esperan días más felices que los actuales".

Esos días felices han llegado y el Restaurador los vive, retirado no ya en Shoutampton, ni en la Guardia del Monte, ni en Río Colorado, sino en el corazón de su pueblo, descolonizado y autoconsciente. La sanción derogatoria cumplida por las Cámaras no hace otra cosa que oficializar una reivindicación que empieza antes de 1877. El mismo don Juan Manuel entrevió lo que ocurría con el juicio de la posteridad sobre su persona, cuando, en marzo de 1869, escribió a su más fiel amiga Josefa Gómez: "No pueden escribir la historia de Rosas, ni ser jueces, los amigos, ni los enemigos, las mismas víctimas que se dicen, ni los que puedan ser tachados de complicidad. En cuanto al Juicio, corresponde solamente a Dios, y a la Historia verdadera, pueden juzgar a los pueblos, que facultaron a Rosas con la suma del poder por la Ley, y porque así lo conservaron esos pueblos (teniendo las armas en sus manos) a pesar de sus constantes y reiteradas renuncias continuas".

La referencia del Restaurador a "los pueblos" que lo facultaron, concierne al reconocimiento de la soberanía del pueblo, tesis central del historicismo federal. Y hoy, la vuelta de Rosas es el símbolo más terminante de la descolonización mental de los argentinos.

Si años ha fue Rosas la figura elegida para librar batalla contra la alienación espiritual de la Argentina colonizada, es porque ella constituía el nudo del teorema iluminista que dio sustento a nuestra República liberal y mercantil. Fue Rosas el gran antiiluminista de nuestra historia. Si no lo entendemos así no podemos dar en el clavo. Rosas, es decir un estanciero pampeano, que se aferra a un historicismo de medios, cuando la Europa salida del siglo XVIII y de la revolución europea reclamaba en el Río de la Plata una política de medios iluminista: que se volcase de golpe a la Europa "civilizada" sobre la "barbarie", como decían no solamente los redactores de la Revue des Deux Mondes, sino también en buen castellano, un genial autor sanjuanino que terminó sus días en el Paraguay.



Cuando Juan Bautista Alberdi, en su poco estudiado Fragmento preliminar, de 1837, planteó la vigencia y la legitimidad del historicismo rosista (y en esto coincidía con Marco Manuel de Avellaneda, Marcos Paz y aún Esteban Echeverría), no hizo otra cosa que reelaborar las ideas esenciales de la memorable "Carta de la Hacienda de Figueroa", que Facundo recibió en las vísperas de su sacrificio en Barranca Yaco. Por supuesto que don Juan Manuel no estaba solo en esa Argentina de la década 1830-1840, recién salida de dos ciclos de anarquía, cuales habían sido los iniciados por la Constitución rivadaviana de 1819 y con la inmolación de la primera víctima del iluminismo, el coronel Manuel Dorrego.

"Los pueblos, como los hombres, no tienen alas; hacen sus jornadas a pie, y paso a paso. Como todo en la creación, los pueblos tienen su ley de progreso y desarrollo, y este desarrollo se opera por una serie indestructible de transiciones y transformaciones sucesivas". No son conceptos de Rosas, ni de Pedro de Angelis (el traductor de Vico), ni del padre Castañeda. Son de Alberdi; del mismo que enseñaba que la democracia "es el fin, no el principio de los pueblos". Es decir, de alguien que planteaba un iluminismo de fines pero no de medios.

El doctor Juan Pujol, en un escrito inédito o poco menos que tituló Introducción a la historia de los partidos políticos de la República Argentina, observa que Rivadavia "ha demostrado palpablemente que no tenía la más mínima idea de la estructura real de la nación; sus errores todos provienen de que el médico ignoraba la anatomía del cuerpo que quería poner en estado de robustez y desarrollo". Nadie podrá decir que Pujol era rosista.

El pensador mendocino Manuel A. Sáez, en un texto de 1880 sobre federalismo y unitarismo, interpreta el surgimiento de la Dictadura con estas palabras: "Para evitar ensayos ruinosos de organización, las provincias apoyan la dictadura. La dictadura se ejerció y las provincias todas la sostuvieron para evitar la repetición de ensayos ruinosos de organización, y para destruir los gérmenes de la discordia que la postergaba por tiempo indefinido, habiéndose empleado un cuarto de siglo que forma una época luctuosa en nuestra historia; para restablecer las cosas al estado en que se encontraban cuando se abusó de la buena disposición de los pueblos para constituirse en nación".

Pocos tienen hoy en la memoria lo dicho por Lucio V. Mansilla cuando, en sus Rosas, señala la debilidad "de todo plan orgánico que pecando por el lado de la ideología científica no toma en cuenta el modo de ser nativo, los antecedentes históricos, la doble esencia del hombre, carne y espíritu, substancia y materia, atavismos, preocupaciones, hábitos como una segunda naturaleza, raíces hondas que no se pueden arrancar de cuajo sin que la fuerza que se creía centrípeta se vuelva centrífuga". Así era el programa unitario que hizo posible y necesario a Rosas, el historicista y político realista que condujo a la Nación en medio del torbellino centrifugante.

Ahora, el regreso oficial de Rosas, que se inicia con la derogación de la ley que lo condenó sin defensa en el juicio, viene a recalcar que la lucha por una autoconciencia nacional no se agota con él, pero que él es protagonista primordial en la parábola de lo nacional, y que ésta no es inteligible sin su presencia.

Quien no entienda que la primera batalla rioplatense entre la patria y las fuerzas coloniales se libra entre el iluminismo y el historicismo (entre Rivadavia y San Martín, por ejemplo), no podrá entender nada de lo que sucede en el país a partir de 1815, hasta el clamoroso advenimiento de don Juan Manuel, al galope de los Colorados del Monte, que eran la tierra enardecida. Por el contrario, quien tenga bien en claro las razones disyuntivas que separaron a San Martín de Rivadavia, comprenderá sin esfuerzo qué es lo que Rosas representa a lo largo de la historia argentina.

El sable de San Martín se desenvainó contra Rivadavia antes que en San Lorenzo o Chacabuco, y su destino final no fue la mano de ningún prócer iluminista, sino la del político gaucho que afirmó la autoconciencia nacional en la Vuelta de Obligado.

No pudieron equivocarse tan feo dos grandes y queridos hombres de la Argentina autoconsciente: el Libertador y su amigo Tomás Guido, quienes jamás titubearon en hacer suyas la causa y las banderas de la Confederación. Los dos celebran ahora, desde la casa sin tiempo, la vuelta del paisano Juan Manuel.



FERMIN CHAVEZ, revista El Municipal, Bs As., diciembre de 1974.

martes, 11 de octubre de 2011

EL TESTAMENTO DE ISABEL





Muerta Isabel la Católica, prematuramente dejó a sus sucesores un testamento político que debió ser el punto de partida de la obra de su nieto, el emperador Carlos V, hijo de Juana y representante, por vía paterna, de la Casa de Austria en España.

Es interesante recordar las claúsulas de aquél testamento porque nos encontramos allí con el florecimiento del auténtico espíritu medioeval, del alma apostólica europea de los  siglos  XII y XIII.
Isabel la Católica representa la prolongación de la Edad Media en Europa.La vuelta a lo cristiano clásico, a lo caballeresco, enriquecido en cierta  manera con todas las audacias del renacimiento secular aportadas por Fernando, "el político" por antonomasia. Gobierno remozado de teólogos en pueblo de soldados.

Toda la Conquista de América y la colonización  posterior -como queda dicho-, se llevó a cabo respetando en lo fundamental los codicilos del documento  póstumo isabelino.Es indispensable conocerlos para explicar el sentido evangélico de la obra de España, que tanto se tergiversa y desfigura.

En aquéllos días la religión informaba a la política. Esta le estaba virilmente subordinada.Porque se comprendía toda la importancia de la espiritualidad en el mundo; y porqué, después de vivir toda una época tremenda, la Fe debió imponerse por sí misma, como se impuso.El hombre cuando sufre, está inclinado a elevar su vista, a levantar su pensamiento a las cosas más altas.
Bien. Con aquel sentido místico-realista, España colonizó América siguiendo los consejos del testamento isabelino, que fueron respetados -en lo fundamental- por los representantes de la Casa de Austria, hasta Carlos II.
Interesa leerlas ya que, además, están escritas en un estilo deliciosamente anacrónico. Dicen así:
"Cuando nos fueron concedidas  por la Santa Sede Apostólica las Islas y Tierra Firme del Mar Océano, descubiertas y por descubrir, nuestra principal intención fue al tiempo que suplicamos al Papa Alejandro VI (hace referencia a la famosa bula pontificia) de buena memoria, que nos hizo dicha concesión. de procurar inducir y traer  los pueblos de ellas, y convertir a nuestra Santa Fe Católica, y enviar a las dichas Islas, y Tierra Firme, prelados y religiosos, clérigos y otras personas devotas y temerosas de Dios, para instruir los vecinos y moradores de ellas la Fe Católica, los  adoctrinar y enseñar  buenas costumbres, según más largamente en las letras de dicha concesión se contiene.
Suplico al Rey, mi Señor, muy afectuosamente, y encargo y mando a la princesa (doña Juana) mi hija, y al príncipe (Felipe) su marido, que así lo hagan y cumplan, y que éste sea su principal fin, y que en ello pongan mucha diligencia, y que no consientan ni den lugar a que los indios vecinos y moradores de las  dichas Islas y Tierra Firme, ganadas y por ganar, reciban agravios alguno a su persona y bienes; más manden que sean bien y justamente tratados, y si algún agravio han recibido lo remedien, y provean de manera que no exceda cosa alguna, lo que por las letras apostólicas de la  dicha concesión nos es inyungido y mandado"

Hasta aquí el documento de marras.Pero, a mayor abundamiento, los reyes sucesores consignaban por su parte en el mismo tono solemne: "Y nos, mandanos a los virreyes , presidentes, audiencias, gobernadores  y justicias reales, y encargamos a los arzoobispos, obispos y prelados eclesiásticos, que tengan esta claúsula muy presente, y guarden lo dispuesto por las leyes, que en orden de conversión de los naturales, y a su cristiana y católica doctrina, enseñanza y buen tratamiento, éstan dadas"
¡Política de la Cristiandad en el nuevo mundo!

FEDERICO IBARGUREN, Lecciones de historia rioplatense, Buenos Aires.


DIA DEL DESCUBRIMIENTO DE AMERICA



Con el Descubrimiento de América empieza una nueva etapa de la Historia y digo "Descubrimiento" y no "Encuentro de Culturas" u otros términos novedosos creados por mentes hipersensibles y acomplejadas porque el término Descubrimiento en la acepción dada en el siglo XV quiere decir la "incorporación en la sociedad cristiana de hombres y naciones que no lo estuvieran". Los países descubiertos, por tanto, no significa que fueran salvajes o primitivos; es más, Colón buscaba el Cipango y el Cathay de Marco Polo, precisamente culturas y naciones superiores a la Europa renacentista. Lo que el término quiere decir es su "incorporación" a la cultura occidental. En esta etapa renacentista la historia se caracteriza por la universalidad de conocimientos de todas las tierras, por el mercantilismo y el colonialismo que nos llevarían a un proceso histórico-cultural-científico-náutico que es consecuencia de esta etapa y que a la vez inspira nuevos descubrimientos de lugares o cosas que se ignoraban. En el siglo XV se sabían muchas cosas pero se ignoraba la dimensión del globo terráqueo y más de la mitad de la tierra era incógnita. ¿Hasta donde abarcaba Asia? 
¿Dónde ubicar el imperio del Gran Khan de los tártaros? Existía el Preste Juan de las Indias? ¿Cómo cruzar la zona tórrida del Ecuador? ¿Cómo se mantendrían de pie los "antípodas" dos siglos antes de ser explicado por Newton?.
Esto es el renacimiento: progreso científico y paradójicamente grandes preguntas sin respuestas. Se estaba a la expectativa de nuevos jalones. Los Portugueses fueron los primeros en cruzar la zona tórrida sin que el mar hirviera y sin temperaturas insufribles. Era el espíritu de competición que se agudizaba; el ambiente era intranquilo y al mismo tiempo prometedor.
Desde el Descubrimiento, por el transcurso de cuatro siglos la Corona española patrocinó ininterrumpidamente expediciones científicas al Nuevo Mundo. Junto con el afán de riquezas y la obstinación misionera, también navegaba la sed de conocimientos característica de una época signada por la transición del Medioevo al Renacimiento. Un buen ejemplo es el de Hernán Cortés que, aislado en un México hostil, envía un equipo de exploradores a las laderas del humeante Popocatépetl para observar el fenómeno que aterrorizaba a los indígenas. Cinco décadas después, en 1570, la expedición de Francisco Hernández de Córdoba a Nuevo México realiza el primer relevamiento botánico del continente ignoto: un género de plantas de las Lauráceas lleva el nombre de Hernandiáceas. Se cumplía así con la ordenanza de Felipe II de 1573 a sus funcionarios: averiguar todo lo posible sobre los dominios de ultramar.
Increíblemente algunos autores imputaron a España de haber carecido del Renacimiento, cuando el Descubrimiento de América fue la expresión máxima del mismo. Lamentablemente, la obra de España en América fue entintada por una metódica campaña de desprestigio instrumentada eficazmente por Inglaterra y Francia, durante los siglos XVIII y XIX, en su competencia por el dominio de los océanos.
 Esta "Leyenda negra", suerte de demonología política con la que se pretende demoler el legado hispánico en el Nuevo Mundo, aún encuentra epígonos en ambas orillas del Atlántico, especialmente en el escenario anglosajón. 

Recientemente se ha reeditado el "Esquema de la Historia" de H.G.Wells, donde, entre otros desatinos, expresa: "Es un infortunio para la ciencia que los primeros europeos que llegaron a América fueran esos españoles tan escasos de curiosidad, sin pasión científica, sedientos de oro y llenos de la ciega beatería de una reciente guerra de religión. Hicieron pocas observaciones inteligentes sobre los métodos e ideas indígenas de estos pueblos primordiales. Los exterminaron y bautizaron; pero tomaron muy poca nota de las costumbres y de los motivos que cambiaban ante su ataque". Es evidente que de tanto preocuparse por la "Guerra de los mundos" y el planeta Marte, había olvidado la historia del propio. Wells no tenía la menor idea de la existencia de Sahagún, de Durán, de Monardes y de los Cronistas de Indias que actuaron como etnógrafos empíricos mucho tiempo antes del nacimiento de la Antropología. Ni que decir de la existencia de Félix de Azara. Porfiadamente, esta execración del pasado persiste en la actualidad, enmascarada en un indigenismo de mercado.

Las expediciones ultramarinas fueron en tal número y dotadas de tal manera que bien pudo decir Humboldt: "Ningún gobierno europeo ha sacrificado sumas tan

considerables como las que ha gastado Españapara adelantar el conocimiento de la naturaleza".

El Descubrimiento y la Conquista de América se hicieron con técnica española y con espíritu hondamente europeo en cuanto a su ansia de saber. Los navegantes y pilotos del siglo XVI se lanzaron al descubrimiento de mares y costas con los tratados de navegación de los españoles. El Arte de navegar, de Pedro de Medina, el Breve compendio, de Martín Cortés y otros, sirvieron de texto en toda Europa durante siglos. Las grandes rutas marinas, los españoles las descubrieron. La circunnavegación, ¿quién la hizo antes que nadie? ¿Quién se acercó jamás a los países nuevos con más curiosidad humana y científica que los españoles?. Cortés no pasa por los volcanes sin mandar a Ordás que los vaya a investigar. Los libros inteligentes sobre el país, sus habitantes fauna y flora, lenguajes y costumbres, se suceden sin cesar. La Corona organiza cuestionarios de información que asombran al antropólogo moderno por su amplia curiosidad. ¿Qué se quería de España? ¿Qué en el siglo XVI inventara el by-pass?.
No. No se quería nada. Pura ignorancia, con su mezcla usual de arrogancia. Conste pues que en la llamada leyenda negra hay quizá más ignorancia que malevolencia. Y por aquí entramos en el error de definir a Europa como el continente de la ciencia. La definición peca de estrecha, dice Salvador de Madariaga, porque excluye el cristianismo y reduce el socratismo a la mera técnica. Vaya como ilustración un contraste elocuente. Doscientos años después que un Sahagún o un Sarmiento de Gamboa estudiasen con inteligencia técnica digna de la modernidad las costumbres de los indios, Sir Jeffrey Amherst, general en jefe de las fuerzas inglesas en las colonias americanas de Inglaterra, le escribía a su subordinado el coronel Bouquet desde Fort Pitt (1763): "Hará Ud. bien en intentar contaminar a los indios(quiere decir con viruela) por medio de mantas así como en probar cualquier otro método que sirva para exterminar esa raza execrable". Y el nada indigenista general añade: "Celebraría que el plan que usted tiene de cazarlos con perros dé buen resultado".
Resalta aquí la confusión entre el sistema y la excepción, la ley y el crimen. Y también entre la técnica (Sócrates) y la humanidad (Cristo).
España, por otra parte, no poseía el patrimonio de la intolerancia que era común a toda Europa. Recordemos, por ejemplo, que los Espinosa, familia de judíos leoneses que se fuga por Portugal a Holanda huyendo de la Inquisición, se encuentra con una intolerancia y una persecución no menores por parte de los rabinos de la judería ortodoxa de Ámsterdam. Descartes, aún viviendo en Holanda, tuvo que esconder algunos de sus manuscritos. Rousseau anduvo de la ceca a la meca en Europa perseguido por sus ideas en Francia y en Suiza. El libro de Suárez sobre La Monarquía lo quemó el verdugo en Londres pero circulaba libremente en Madrid. Y creo recordar que a Servet lo quemó Calvino en Ginebra por obstinarse en no quitar una coma de donde le estorbaba al Dictador ginebrino. Concedo que si Servet se hubiera quedado en España lo probable es que habría muerto a la misma temperatura; pero esto no hace a España menos sino más europea.
Sin embrago, esta campaña nacida hace cinco siglos al calor de la disputa entre las potencias marítimas europeas, a calado tan hondo en algunos ignorantes, que aún hoy se siguen repitiendo los libelos del siglo XVI.
Un ejemplo es el comunicado de Télam del año pasado repitiendo el chascarrillo del "genocidio más grande de la historia", que fue contestado por quien les habla en una carta dirigida al diario "La Nación". A los pocos días, un tal Ovidio Lagos me respondió airadamente (Y cito textualmente):
"La nota de María Gordillo, periodista de Télam, sobre el genocidio español en América, es lo más valiente y exacto que se ha publicado en los últimos años. La conquista española fue un verdadero genocidio. La anglosajona, en América del norte, en cambio, fue notablemente distinta. No mató ni torturó al indio, sino que lo desplazó para adueñarse de sus territorios y, en ellos, fundó ciudades y empresas. Tampoco intentó cambiar las creencias religiosas de los indios por la espada, por el fuego o por la tortura. No podemos decir que eso sucedió en Hispanoamérica. El conquistador venía a estas latitudes para enriquecerse y, para lograrlo, no dudó en esclavizar al indio".
"Fray Bartolomé de Las Casas, en su "Brevísima relación de la destrucción de las Indias", comenta cómo los españoles quemaban vivos a los indios, los torturaban, y ni los bebes se salvaban de estos horrores". ("La Nación", Carta de Lectores, 24/10/05).
Es evidente que este ignorante no sólo no leyó un libro, sino que ni siquiera vio una película de John Wayne o la famosa "Danza con lobos".
Pues bien, en esta línea de iconoclastia barata, un estrambótico integrante de la política local ha propuesto eliminar el feriado del 12 de Octubre. Es María José Lubertino, titular del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo. Y decimos estrambótico, porque esta funcionaria adquirió notoriedad el Día de la Primavera, cuando repartía preservativos en el Rosedal.
Tarea higiénica que no objetamos, desde luego, pero la mezcla de sistemas anticonceptivos con la historia y la antropología se nos presenta como algo confuso. Honestamente, todavía no tenemos en claro la finalidad de este Organismo.
Lo interesante es que esta señora fue convencional constituyente en la Capital por la UCR y luego diputada nacional por la Alianza. Parecería que desconoce o, lo que es peor, niega, que la celebración del 12 de octubre como feriado nacional fue instituida por el presidente Hipólito Irigoyen por decreto del 4 de octubre de 1917 y también el decreto 7786, de 1964, durante la presidencia de Arturo Illia que estableció la celebración con el fasto correspondiente en toda la República.
El argumento invocado, incluso por amigos personales, como Santiago Kovadloff, es que es inaudito que a esta altura del siglo se siga hablando del "Día de la Raza". Se confunde al asignarle un sentido antropológico.
El concepto de "raza" basado en evidencias lingüísticas antes que étnicas, ha sufrido interpretaciones particulares, como la de los críticos que comentamos, quienes ignoran que el término "iberoamericano", es también antropológico. En España se prefiere cambiar hoy el nombre de "raza" por el de Hispanidad. Pero una interpretación vale la otra. Decía Laín Entralgo, quien fuera rector en Madrid, que la "raza" suponía la reunión de estos tres ingredientes: primero, hablar el español; segundo, profesar la confesión católica y tercero, sostener y defender una concepción ética de la vida.
De modo que quién habla castellano, reza a Jesucristo y está acostumbrado a decir "si" o "no" a tiempo y con firmeza, cualesquiera sea el tinte de su piel o la región del planeta donde haya nacido (La Pampa, California, el País Vasco o Filipinas, blanco, cobrizo, tagalo o mulato) integra legítimamente esa raza de la que hablamos, dado que ya eran mestizas las proas de Colón. Entendemos que el decreto del Día de la Raza de Hipólito Irigoyen, quién no era protagonista de ningún Walhalla Vagneriano ni aspiró nunca a asumir la categoría de héroe del Conde Gobineau, está concebido en el cuadro de la amplitud de criterio que comentamos. "Castilla", "católico" y "no importa" son sinónimos o metáforas de universalismo. Martín Fierro hablaba la lengua de Santa Teresa, se santiguaba yasumía el castellano sentimiento caballeresco de la vida. Pertenecía al pueblo de Cervantes, a la comunidad de la raza.
Algo tendrá el agua cuando la bendicen. Algo tendrá "Hispanoamérica" cuando la reniegan. Pero comencemos por afirmar que o no hay unidad hispanoamericana o si la hay radica en lo hispano. Esta afirmación es una perogrullada. Los "indios" no tienen nada de común; ni lengua, ni tradición, ni tipo físico, ni costumbres, ni folcklore ni absolutamente nada. Los negros tampoco. Si de la Argentina a México, si de Chile a Guatemala hay unidad, esta unidad es hispánica. Si no se admite lo hispano, no hay unidad.



JOSE LUIS MUÑOZ AZPIRI (h), conferencia pronunciada en el Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, 12 de octubre de 2006.

TRES LUGARES COMUNES DE LAS LEYENDAS NEGRAS.


Introducción
La conmemoración del Quinto Centenario ha vuelto a reavivar, como era previsible, el empecinado odio anticatólico y antihispanista de vieja y conocida data. Y tanto odio alimenta la injuria, ciega a la justicia y obnubila el orden de la razón, según bien lo explicara Santo Tomás en olvidada enseñanza. De resultas, la verdad queda adulterada y oculta, y se expanden con fuerza el resentimiento y la mentira. No es sólo, pues, una insuficiencia histórica o científica la que explica la cantidad de imposturas lanzadas al ruedo. Es un odium fidei alimentado en el rencor ideológico. Un desamor fatal contra todo lo que lleve el signo de la Cruz y de la Espada.


Bastaría aceptar y comprender este oculto móvil para desechar, sin más, las falacias que se propagan nuevamente, aquí y allá. Pero un poder inmenso e interesado les ha dado difusión y cabida, y hoy se presentan como argumentos serios de corte académico. No hay nada de eso. Y a poco que se analizan los lugares comunes más repetidos contra la acción de España en América, quedan a la vista su inconsistencia y su debilidad. Veámoslo brevemente en las tres imputaciones infaltables enrostradas por las izquierdas.IntroducciónLa conmemoración del Quinto Centenario ha vuelto a reavivar, como era previsible, el empecinado odio anticatólico y antihispanista de vieja y conocida data. Y tanto odio alimenta la injuria, ciega a la justicia y obnubila el orden de la razón, según bien lo explicara Santo Tomás en olvidada enseñanza. De resultas, la verdad queda adulterada y oculta, y se expanden con fuerza el resentimiento y la mentira. No es sólo, pues, una insuficiencia histórica o científica la que explica la cantidad de imposturas lanzadas al ruedo. Es un odium fidei alimentado en el rencor ideológico. Un desamor fatal contra todo lo que lleve el signo de la Cruz y de la Espada.


Bastaría aceptar y comprender este oculto móvil para desechar, sin más, las falacias que se propagan nuevamente, aquí y allá. Pero un poder inmenso e interesado les ha dado difusión y cabida, y hoy se presentan como argumentos serios de corte académico. No hay nada de eso. Y a poco que se analizan los lugares comunes más repetidos contra la acción de España en América, quedan a la vista su inconsistencia y su debilidad. Veámoslo brevemente en las tres imputaciones infaltables enrostradas por las izquierdas. 




El despojo de la tierra

Se dice en primer lugar, que España se apropió de las tierras indígenas en un acto típico de rapacidad imperialista.

Llama la atención que, contraviniendo las tesis leninistas, se haga surgir al Imperialismo a fines del siglo XV. Y sorprende asimismo el celo manifestado en la defensa de la propiedad privada individual. Pero el marxismo nos tiene acostumbrados a estas contradicciones y sobre todo, a su apelación a la conciencia cristiana para obtener solidaridades. Porque, en efecto, sin la apelación a la conciencia cristiana —que entiende la propiedad privada como un derecho inherente de las criaturas, y sólo ante el cual el presunto despojo sería reprobable— ¿a qué viene tanto afán privatista y posesionista? No hay respuesta.

La verdad es que antes de la llegada de los españoles, los indios concretos y singulares no eran dueños de ninguna tierra, sino empleados gratuitos y castigados de un Estado idolatrizado y de unos caciques despóticos tenidos por divinidades supremas. Carentes de cualquier legislación que regulase sus derechos laborales, el abuso y la explotación eran la norma, y el saqueo y el despojo las prácticas habituales. Impuestos, cargas, retribuciones forzadas, exacciones virulentas y pesados tributos, fueron moneda corriente en las relaciones indígenas previas a la llegada de los españoles. El más fuerte sometía al más débil y lo atenazaba con escarmientos y represalias. Ni los más indigentes quedaban exceptuados, y solían llevar como estigmas de su triste condición, mutilaciones evidentes y distintivos oprobiosos. Una "justicia" claramente discriminatoria, distinguía entre pudientes y esclavos en desmedro de los últimos y no son éstos, datos entresacados de las crónicas hispanas, sino de las protestas del mismo Carlos Marx en sus estudios sobre "Formaciones Económicas Precapitalistas y Acumulación Originaria del Capital". Y de comentaristas insospechados de hispanofilia como Eric Hobsbawn, Roberto Oliveros Maqueo o Pierre Chaunu.

La verdad es también, que los principales dueños de la tierra que encontraron los españoles —mayas, incas y aztecas— lo eran a expensas de otros dueños a quienes habían invadido y desplazado. Y que fue ésta la razón por la que una parte considerable de tribus aborígenes —carios, tlaxaltecas, cempoaltecas, zapotecas, otomíes, cañarís, huancas, etcétera— se aliaron naturalmente con los conquistadores, procurando su protección y el consecuente resarcimiento.

Y la verdad, al fin, es que sólo a partir de la Conquista, los indios conocieron el sentido personal de la propiedad privada y la defensa jurídica de sus obligaciones y derechos. Es España la que se plantea la cuestión de los justos títulos, con autoexigencias tan sólidas que ponen en tela de juicio la misma autoridad del Monarca y del Pontífice. Es España -con ese maestro admirable del Derecho de Gentes que se llamó Francisco de Vitoria— la que funda la posesión territorial en las más altos razones de bien común y de concordia social, la que insiste una y otra vez en la protección que se le debe a los nativos en tanto súbditos, la que garantiza y promueve un reparto equitativo de precios, la que atiende sobre abusos y querellas, la que no dudó en sancionar duramente a sus mismos funcionarios descarriados, y la que distinguió entre posesión como hecho y propiedad como derecho, porque sabía que era cosa muy distinta fundar una ciudad en el desierto y hacerla propia, que entrar a saco a un granero particular. Por eso, sólo hubo repartimientos en tierras despobladas y encomiendas "en las heredades de los indios". Porque pese a tantas fábulas indoctas, la encomienda fue la gran institución para la custodia de la propiedad y de los derechos de los nativos. Bien lo ha demostrado hace ya tiempo Silvio Zavala, en un estudio exhaustivo, que no encargó ninguna "internacional reaccionaria", sino la Fundación Judía Guggenheim, con sede en Nueva York. Y bien queda probado en infinidad de documentos que sólo son desconocidos para los artífices de las leyendas negras.

Por la encomienda, el indio poseía tierras particulares y colectivas sin que pudieran arrebatárselas impunemente. Por la encomienda organizaba su propio gobierno local y regional, bajo un régimen de tributos que distinguía ingresos y condiciones, y que no llegaban al Rey —que renunciaba a ellos— sino a los Conquistadores. A quienes no les significó ningún enriquecimiento descontrolado y si en cambio, bastantes dolores de cabeza, como surgen de los testimonios de Antonio de Mendoza o de Cristóbal Alvarez de Carvajal y de innumerables jueces de audiencias. Como bien ha notado el mismo Ramón Carande en "Carlos V y sus banqueros", eran tan férrea la protección a los indios y tan grande la incertidumbre económica para los encomenderos, que América no fue una colonia de repoblación para que todos vinieran a enriquecerse fácilmente. Pues una empresa difícil y esforzada, con luces y sombras, con probos y pícaros, pero con un testimonio que hasta hoy no han podido tumbar las monsergas indigenistas: el de la gratitud de los naturales. Gratitud que quien tenga la honestidad de constatar y de seguir en sus expresiones artísticas, religiosas y culturales, no podrá dejar de reconocer objetivamente

No es España la que despoja a los indios de sus tierras. Es España la que les inculca el derecho de propiedad, la que les restituye sus heredades asaltadas por los poderosos y sanguinarios estados tribales, la que los guarda bajo una justicia humana y divina, la que Ios pone en paridad de condiciones con sus propios hijos, e incluso en mejores condiciones que muchos campesinos y proletarios europeos Y esto también ha sido reconocido por historiógrafos no hispanistas. Es España, en definitiva, la que rehabilita la potestad India a sus dominios, y si se estudia el cómo y el cuándo esta potestad se debilita y vulnera, no se encontrará detrás a la conquista ni a la evangelización ni al descubrimiento, sino a las administraciones liberales y masónicas que traicionaron el sentido misional de aquella gesta gloriosa. No se encontrará a los Reyes Católicos, ni a Carlos V, ni a Felipe II. Ni a los conquistadores, ni a los encomenderos, ni a los adelantados, ni a los frailes. Sino a Ios enmandilados Borbones iluministas y a sus epígonos, que vienen desarraigando a América y reduciéndola a la colonia que no fue nunca en tiempos del Imperio Hispánico. 

La sed de Oro
Se dice, en segundo lugar, que la llegada y la presencia hispánica no tuvo otro fin superior al fin económico; concretamente, al propósito de quedarse con Ios metales preciosos americanos.

Y aquí el marxismo vuelve a brindarnos otra aporía Porque sí nosotros plantamos la existencia de móviles superiores, somos acusados de angelistas, pero si ellos ven sólo ángeles caídos adoradores de Mammon se escandalizan con rubor de querubines. Si la economía determina a la historia y la lucha de clases y de intereses es su motor interno ; si los hombres no son más que elaboraciones químicas transmutadas, puestos para el disfrute terreno, sin premios ni castigos ulteriores, ¿a qué viene esta nueva apelación a la filantropía y a la caridad entre naciones. Unicamente la conciencia cristiana puede reprobar coherentemente —y reprueba semejantes tropelías. Pero la queja no cabe en nombre del materialismo dialéctico. La admitimos con fuerza mirando el tiempo sub specie aeternitatis. Carece de sentido en eI historicismo sub lumine oppresiones. Es reproche y protesta si sabemos al hombre "portador de valores eternos", como decía José Antonio, u homo viator, como decían Ioos Padres. Es fría e irreprochable lógica si no cesamos de concebirlo como homo acconomicus.

Pero aclaremos un poco mejor las cosas.

Digamos ante todo que no hay razón para ocultar los propósitos económicos de la conquista española. No solo porque existieron sino porque fueron lícitos. El fin de la ganancia en una empresa en la que se ha invertido y arriesgado y trabajado incansablemente, no está reñido con la moral cristiana ni con el orden natural de las operaciones. Lo malo es, justamente, cuando apartadas del sentido cristiano, las personas y las naciones anteponen las razones finaneieras a cualquier otra, las exacerban en desmedro de los bienes honestos y proceden con métodos viles para obtener riquezas materiales. Pero éstas son, nada menos, las enseñanzas y las prevenciones continuas de la Iglesia Católica en España. Por eso se repudiaban y se amonestaban las prácticas agiotistas y usureras, el préstamo a interés, la "cría del dinero", las ganancias malhabidas. Por eso, se instaba a compensaciones y reparaciones postreras —que tuvieron lugar en infinidad de casos—; y por eso, sobre todo, se discriminaban las actividades bursátiles y financieras como sospechosas de anticatolicismo. No somos nosotros quienes lo notamos. Son los historiógrafos materialistas quienes han lanzado esta formidable y certera "acusación" ni España ni los países católicos fueron capaces de fomentar el capitalismo por sus prejuicios antiprotestantes y antirabínicos. La ética calvinista y judaica, en cambio, habría conducido como en tantas partes, a la prosperidad y al desarrollo, si Austrias y Ausburgos hubiesen dejado de lado sus hábitos medievales y ultramontanos.

De lo que viene a resultar una nueva contradicción. España sería muy mala porque llamándose católica buscaba el oro y la plata. Pero seria después más mala por causa de su catolicismo que la inhabilitó para volverse próspera y la condujo a una decadencia irremisible.

Tal es, en síntesis, lo que vino a decirnos Hamilton —pese a sí mismo hacia 1926, con su tesis sobre "Tesoro Americano y el florecimiento del Capitalismo". Y después de él, corroborándolo o rectificándolo parcialmente, autores como Vilar, Simiand, Braudel, Nef, Hobsbawn, Mouesnier o el citado Carande. El oro y la plata salidos de América (nunca se dice que en pago a mercancías, productos y estructuras que llegaban de la Península) no sirvieron para enriquecer a España, sino para integrar el circuito capitalista europeo, usufructuado principalmente por Gran Bretaña.

Los fabricantes de leyendas negras, que vuelven y revuelven constantemente sobre la sed de oro como fin determinante de la Conquista, deberían explicar, también, por que España llega, permanece y se instala no solo en zonas de explotación minera, sino en territorios inhóspitos y agrestes. Porque no se abandonó rápidamente la empresa si recién en la segunda mitad del siglo XVI se descubren las minas más ricas, como las de Potosí, Zacatecas o Guanajuato. Por qué la condición de los indígenas americanos era notablemente superior a la del proletariado europeo esclavizado por el capitalismo, como lo han reconocido observadores nada hispanistas como Humboldt o Dobb, o Chaunu, o el mercader inglés Nehry Hawks, condenado al destierro por la Inquisición en 1751 y reacio por cierto a las loas españolistas. Por qué pudo decir Bravo Duarte que toda América fue beneficiada por la Minería, y no así la Corona Española. Por qué, en síntesis —y no vemos argumento de mayor sentido común y por ende de mayor robustez metafísica—, si sólo contaba el oro, no es únicamente un mercado negrero o una enorme plaza financiera lo que ha quedado como testimonio de la acción de España en América, sino un conglomerado de naciones ricas en Fe y en Espíritu. El efecto contiene y muestra la causa: éste es el argumento decisivo. Por eso, no escribimos estas líneas desde una Cartago sudamericana amparada en Moloch y Baal, sino desde la Ciudad nombrada de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos Aires, por las voces egregias de sus héroes fundadores. 

El genocidio indigena
Se dice, finalmente, en consonancia con lo anterior, que la Conquista —caracterizada por el saqueo y el robo— produjo un genocidio aborigen, condenable en nombre de las sempiternas leyes de la humanidad que rigen los destinos de las naciones civilizadas.

Pero tales leyes, al parecer, no cuentan en dos casos a la hora de evaluar los crímenes masivos cometidos por los indios dominantes sobre los dominados, antes de la llegada de los españoles; ni a la hora de evaluar las purgas stalinistas o las iniciativas multhussianas de las potencias liberales. De ambos casos, el primero es realmente curioso. Porque es tan inocultable la evidencia, que los mismos autores indigenistas no pueden callarla. Sólo en un día del año 1487 se sacrificaron 2.000 jóvenes inaugurando el gran templo azteca del que da cuenta el códice indio Telleriano-Remensis. 250.000 víctimas anuales es el número que trae para el siglo XV Jan Gehorsam en su articulo "Hambre divina de los aztecas". Veinte mil, en sólo dos años de construcción de la gran pirámide de Huitzilopochtli, apunta Von Hagen, incontables los tragados por las llamadas guerras floridas y el canibalismo, según cuenta Halcro Ferguson, y hasta el mismísimo Jacques Soustelle reconoce que la hecatombe demográfica era tal que si no hubiesen llegado los españoles el holocausto hubiese sido inevitable. Pero, ¿qué dicen estos constatadores inevitables de estadísticas mortuorias prehispánicas? Algo muy sencillo: se trataba de espíritus trascendentes que cumplían así con sus liturgias y ritos arcaicos. Son sacrificios de "una belleza bárbara" nos consolará Vaillant. "No debemos tratar de explicar esta actitud en términos morales", nos tranquiliza Von Hagen y el teólogo Enrique Dussel hará su lectura liberacionista y cósmica para que todos nos aggiornemos. Está claro: si matan los españoles son verdugos insaciables cebados en las Cruzadas y en la lucha contra el moro, si matan los indios, son dulces y sencillas ovejas lascasianas que expresaban la belleza bárbara de sus ritos telúricos. Si mata España es genocidio; si matan los indios se llama "amenaza de desequilibrio demográfico".

La verdad es que España no planeó ni ejecutó ningún plan genocida; el derrumbe de la población indígena —y que nadie niega— no está ligado a los enfrentamientos bélicos con los conquistadores, sino a una variedad de causas, entre las que sobresale la del contagio microbiano. La verdad es que la acusación homicidica como causal de despoblación, no resiste las investigaciones serias de autores como Nicolás Sánchez Albornoz, José Luis Moreno, Angel Rosemblat o Rolando Mellafé, que no pertenecen precisamente a escuelas hispanófilas. La verdad es que "los indios de América", dice Pierre Chaunu, "no sucumbieron bajo los golpes de las espadas de acero de Toledo, sino bajo el choque microbiano y viral",. la verdad —¡cuántas veces habrá que reiterarlo en estos tiempos!— es que se manejan cifras con una ligereza frívola, sin los análisis cualitativos básicos, ni los recaudos elementales de las disciplinas estadísticas ligadas a la historia. La verdad incluso —para decirlo todo— es que hasta las mitas, los repartimientos y las encomiendas, lejos de ser causa de despoblación, son antídotos que se aplican para evitarla. Porque aquí no estamos negando que la demografía indígena padeció circunstancialmente una baja. Estamos negando, sí, y enfáticamente, que tal merma haya sido producida por un plan genocida.

Es más si se compara con la América anglosajona, donde los pocos indios que quedan no proceden de las zonas por ellos colonizados -¿donde están los índios de Nueva Inglaterra?- sino los habitantes de los territorios comprados a España o usurpados a Méjico.

Ni despojo de territorios, ni sed de oro, ni matanzas en masa. Un encuentro providencial de dos mudos. Encuentro en el que, al margen de todos los aspectos traumáticos que gusten recalcarse, uno de esos mundos, el Viejo, gloriosamente encarnado por la Hispanidad, tuvo el enorme mérito de traerle al otro nociones que no conocía sobre la dignidad de la criatura hecha a imagen y semejanza del Creador. Esas nociones, patrimonio de la Cristiandad difundidas por sabios eminentes, no fueron letra muerta ni objeto de violación constante.

Fueron el verdadero programa de vida, el genuino plan salvífico por el que la Hispanidad luchó en tres siglos largos de descubrimiento, evangelización y civilización abnegados.

Y si la espada, como quería Peguy, tuvo que ser muchas veces la que midió con sangre el espacio sobre el cual el arado pudiese después abrir el surco; y si la guerra justa tuvo que ser el preludio del canto de la paz, y el paso implacable de los guerreros de Cristo el doloroso medio necesario para esparcir el Agua del Bautismo, no se hacia otra cosa más que ratificar lo que anunciaba el apóstol: sin efusión de sangre no hay redención ninguna.

La Hispanidad de Isabel y de Fernando, la del yugo y la flechas prefiguradas desde entonces para ser emblema de Cruzada, no llegó a estas tierras con el morbo del crimen y el sadismo del atropello. No se llegó para hacer víctimas, sino para ofrecernos, en medio de las peores idolatrías, a la Víctima Inmolada, que desde el trono de la Cruz reina sobre los pueblos de este lado y del otro del oceano temible. 



ANTONIO CAPONNETTO, Hispanidad y Leyendas Negras.