Con el Descubrimiento de América empieza una nueva etapa de la Historia y digo "Descubrimiento" y no "Encuentro de Culturas" u otros términos novedosos creados por mentes hipersensibles y acomplejadas porque el término Descubrimiento en la acepción dada en el siglo XV quiere decir la "incorporación en la sociedad cristiana de hombres y naciones que no lo estuvieran". Los países descubiertos, por tanto, no significa que fueran salvajes o primitivos; es más, Colón buscaba el Cipango y el Cathay de Marco Polo, precisamente culturas y naciones superiores a la Europa renacentista. Lo que el término quiere decir es su "incorporación" a la cultura occidental. En esta etapa renacentista la historia se caracteriza por la universalidad de conocimientos de todas las tierras, por el mercantilismo y el colonialismo que nos llevarían a un proceso histórico-cultural-científico-náutico que es consecuencia de esta etapa y que a la vez inspira nuevos descubrimientos de lugares o cosas que se ignoraban. En el siglo XV se sabían muchas cosas pero se ignoraba la dimensión del globo terráqueo y más de la mitad de la tierra era incógnita. ¿Hasta donde abarcaba Asia?
¿Dónde ubicar el imperio del Gran Khan de los tártaros? Existía el Preste Juan de las Indias? ¿Cómo cruzar la zona tórrida del Ecuador? ¿Cómo se mantendrían de pie los "antípodas" dos siglos antes de ser explicado por Newton?.
Esto es el renacimiento: progreso científico y paradójicamente grandes preguntas sin respuestas. Se estaba a la expectativa de nuevos jalones. Los Portugueses fueron los primeros en cruzar la zona tórrida sin que el mar hirviera y sin temperaturas insufribles. Era el espíritu de competición que se agudizaba; el ambiente era intranquilo y al mismo tiempo prometedor.
Desde el Descubrimiento, por el transcurso de cuatro siglos la Corona española patrocinó ininterrumpidamente expediciones científicas al Nuevo Mundo. Junto con el afán de riquezas y la obstinación misionera, también navegaba la sed de conocimientos característica de una época signada por la transición del Medioevo al Renacimiento. Un buen ejemplo es el de Hernán Cortés que, aislado en un México hostil, envía un equipo de exploradores a las laderas del humeante Popocatépetl para observar el fenómeno que aterrorizaba a los indígenas. Cinco décadas después, en 1570, la expedición de Francisco Hernández de Córdoba a Nuevo México realiza el primer relevamiento botánico del continente ignoto: un género de plantas de las Lauráceas lleva el nombre de Hernandiáceas. Se cumplía así con la ordenanza de Felipe II de 1573 a sus funcionarios: averiguar todo lo posible sobre los dominios de ultramar.
Increíblemente algunos autores imputaron a España de haber carecido del Renacimiento, cuando el Descubrimiento de América fue la expresión máxima del mismo. Lamentablemente, la obra de España en América fue entintada por una metódica campaña de desprestigio instrumentada eficazmente por Inglaterra y Francia, durante los siglos XVIII y XIX, en su competencia por el dominio de los océanos.
Esta "Leyenda negra", suerte de demonología política con la que se pretende demoler el legado hispánico en el Nuevo Mundo, aún encuentra epígonos en ambas orillas del Atlántico, especialmente en el escenario anglosajón.
Recientemente se ha reeditado el "Esquema de la Historia" de H.G.Wells, donde, entre otros desatinos, expresa: "Es un infortunio para la ciencia que los primeros europeos que llegaron a América fueran esos españoles tan escasos de curiosidad, sin pasión científica, sedientos de oro y llenos de la ciega beatería de una reciente guerra de religión. Hicieron pocas observaciones inteligentes sobre los métodos e ideas indígenas de estos pueblos primordiales. Los exterminaron y bautizaron; pero tomaron muy poca nota de las costumbres y de los motivos que cambiaban ante su ataque". Es evidente que de tanto preocuparse por la "Guerra de los mundos" y el planeta Marte, había olvidado la historia del propio. Wells no tenía la menor idea de la existencia de Sahagún, de Durán, de Monardes y de los Cronistas de Indias que actuaron como etnógrafos empíricos mucho tiempo antes del nacimiento de la Antropología. Ni que decir de la existencia de Félix de Azara. Porfiadamente, esta execración del pasado persiste en la actualidad, enmascarada en un indigenismo de mercado.
Las expediciones ultramarinas fueron en tal número y dotadas de tal manera que bien pudo decir Humboldt: "Ningún gobierno europeo ha sacrificado sumas tan
considerables como las que ha gastado Españapara adelantar el conocimiento de la naturaleza".
El Descubrimiento y la Conquista de América se hicieron con técnica española y con espíritu hondamente europeo en cuanto a su ansia de saber. Los navegantes y pilotos del siglo XVI se lanzaron al descubrimiento de mares y costas con los tratados de navegación de los españoles. El Arte de navegar, de Pedro de Medina, el Breve compendio, de Martín Cortés y otros, sirvieron de texto en toda Europa durante siglos. Las grandes rutas marinas, los españoles las descubrieron. La circunnavegación, ¿quién la hizo antes que nadie? ¿Quién se acercó jamás a los países nuevos con más curiosidad humana y científica que los españoles?. Cortés no pasa por los volcanes sin mandar a Ordás que los vaya a investigar. Los libros inteligentes sobre el país, sus habitantes fauna y flora, lenguajes y costumbres, se suceden sin cesar. La Corona organiza cuestionarios de información que asombran al antropólogo moderno por su amplia curiosidad. ¿Qué se quería de España? ¿Qué en el siglo XVI inventara el by-pass?.
No. No se quería nada. Pura ignorancia, con su mezcla usual de arrogancia. Conste pues que en la llamada leyenda negra hay quizá más ignorancia que malevolencia. Y por aquí entramos en el error de definir a Europa como el continente de la ciencia. La definición peca de estrecha, dice Salvador de Madariaga, porque excluye el cristianismo y reduce el socratismo a la mera técnica. Vaya como ilustración un contraste elocuente. Doscientos años después que un Sahagún o un Sarmiento de Gamboa estudiasen con inteligencia técnica digna de la modernidad las costumbres de los indios, Sir Jeffrey Amherst, general en jefe de las fuerzas inglesas en las colonias americanas de Inglaterra, le escribía a su subordinado el coronel Bouquet desde Fort Pitt (1763): "Hará Ud. bien en intentar contaminar a los indios(quiere decir con viruela) por medio de mantas así como en probar cualquier otro método que sirva para exterminar esa raza execrable". Y el nada indigenista general añade: "Celebraría que el plan que usted tiene de cazarlos con perros dé buen resultado".
Resalta aquí la confusión entre el sistema y la excepción, la ley y el crimen. Y también entre la técnica (Sócrates) y la humanidad (Cristo).
España, por otra parte, no poseía el patrimonio de la intolerancia que era común a toda Europa. Recordemos, por ejemplo, que los Espinosa, familia de judíos leoneses que se fuga por Portugal a Holanda huyendo de la Inquisición, se encuentra con una intolerancia y una persecución no menores por parte de los rabinos de la judería ortodoxa de Ámsterdam. Descartes, aún viviendo en Holanda, tuvo que esconder algunos de sus manuscritos. Rousseau anduvo de la ceca a la meca en Europa perseguido por sus ideas en Francia y en Suiza. El libro de Suárez sobre La Monarquía lo quemó el verdugo en Londres pero circulaba libremente en Madrid. Y creo recordar que a Servet lo quemó Calvino en Ginebra por obstinarse en no quitar una coma de donde le estorbaba al Dictador ginebrino. Concedo que si Servet se hubiera quedado en España lo probable es que habría muerto a la misma temperatura; pero esto no hace a España menos sino más europea.
Sin embrago, esta campaña nacida hace cinco siglos al calor de la disputa entre las potencias marítimas europeas, a calado tan hondo en algunos ignorantes, que aún hoy se siguen repitiendo los libelos del siglo XVI.
Un ejemplo es el comunicado de Télam del año pasado repitiendo el chascarrillo del "genocidio más grande de la historia", que fue contestado por quien les habla en una carta dirigida al diario "La Nación". A los pocos días, un tal Ovidio Lagos me respondió airadamente (Y cito textualmente):
"La nota de María Gordillo, periodista de Télam, sobre el genocidio español en América, es lo más valiente y exacto que se ha publicado en los últimos años. La conquista española fue un verdadero genocidio. La anglosajona, en América del norte, en cambio, fue notablemente distinta. No mató ni torturó al indio, sino que lo desplazó para adueñarse de sus territorios y, en ellos, fundó ciudades y empresas. Tampoco intentó cambiar las creencias religiosas de los indios por la espada, por el fuego o por la tortura. No podemos decir que eso sucedió en Hispanoamérica. El conquistador venía a estas latitudes para enriquecerse y, para lograrlo, no dudó en esclavizar al indio".
"Fray Bartolomé de Las Casas, en su "Brevísima relación de la destrucción de las Indias", comenta cómo los españoles quemaban vivos a los indios, los torturaban, y ni los bebes se salvaban de estos horrores". ("La Nación", Carta de Lectores, 24/10/05).
Es evidente que este ignorante no sólo no leyó un libro, sino que ni siquiera vio una película de John Wayne o la famosa "Danza con lobos".
Pues bien, en esta línea de iconoclastia barata, un estrambótico integrante de la política local ha propuesto eliminar el feriado del 12 de Octubre. Es María José Lubertino, titular del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo. Y decimos estrambótico, porque esta funcionaria adquirió notoriedad el Día de la Primavera, cuando repartía preservativos en el Rosedal.
Tarea higiénica que no objetamos, desde luego, pero la mezcla de sistemas anticonceptivos con la historia y la antropología se nos presenta como algo confuso. Honestamente, todavía no tenemos en claro la finalidad de este Organismo.
Lo interesante es que esta señora fue convencional constituyente en la Capital por la UCR y luego diputada nacional por la Alianza. Parecería que desconoce o, lo que es peor, niega, que la celebración del 12 de octubre como feriado nacional fue instituida por el presidente Hipólito Irigoyen por decreto del 4 de octubre de 1917 y también el decreto 7786, de 1964, durante la presidencia de Arturo Illia que estableció la celebración con el fasto correspondiente en toda la República.
El argumento invocado, incluso por amigos personales, como Santiago Kovadloff, es que es inaudito que a esta altura del siglo se siga hablando del "Día de la Raza". Se confunde al asignarle un sentido antropológico.
El concepto de "raza" basado en evidencias lingüísticas antes que étnicas, ha sufrido interpretaciones particulares, como la de los críticos que comentamos, quienes ignoran que el término "iberoamericano", es también antropológico. En España se prefiere cambiar hoy el nombre de "raza" por el de Hispanidad. Pero una interpretación vale la otra. Decía Laín Entralgo, quien fuera rector en Madrid, que la "raza" suponía la reunión de estos tres ingredientes: primero, hablar el español; segundo, profesar la confesión católica y tercero, sostener y defender una concepción ética de la vida.
De modo que quién habla castellano, reza a Jesucristo y está acostumbrado a decir "si" o "no" a tiempo y con firmeza, cualesquiera sea el tinte de su piel o la región del planeta donde haya nacido (La Pampa, California, el País Vasco o Filipinas, blanco, cobrizo, tagalo o mulato) integra legítimamente esa raza de la que hablamos, dado que ya eran mestizas las proas de Colón. Entendemos que el decreto del Día de la Raza de Hipólito Irigoyen, quién no era protagonista de ningún Walhalla Vagneriano ni aspiró nunca a asumir la categoría de héroe del Conde Gobineau, está concebido en el cuadro de la amplitud de criterio que comentamos. "Castilla", "católico" y "no importa" son sinónimos o metáforas de universalismo. Martín Fierro hablaba la lengua de Santa Teresa, se santiguaba yasumía el castellano sentimiento caballeresco de la vida. Pertenecía al pueblo de Cervantes, a la comunidad de la raza.
Algo tendrá el agua cuando la bendicen. Algo tendrá "Hispanoamérica" cuando la reniegan. Pero comencemos por afirmar que o no hay unidad hispanoamericana o si la hay radica en lo hispano. Esta afirmación es una perogrullada. Los "indios" no tienen nada de común; ni lengua, ni tradición, ni tipo físico, ni costumbres, ni folcklore ni absolutamente nada. Los negros tampoco. Si de la Argentina a México, si de Chile a Guatemala hay unidad, esta unidad es hispánica. Si no se admite lo hispano, no hay unidad.
JOSE LUIS MUÑOZ AZPIRI (h), conferencia pronunciada en el Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, 12 de octubre de 2006.