La conquista de América no fue la empresa comercial de un grupo de buscadores de oro, sino la empresa de la redención espiritual de un pueblo de héroes que necesitaba de una nueva Cruzada para dar rienda suelta a su vocación de heroísmo; de un pueblo que, como ningún otro pueblo, necesitaba del azote de la guerra para librarse del azote de la paz. La paz es el receso de los héroes y es la perdición de los pueblos heroicos, porque los héroes necesitan de la gloria y los pueblos heroicos necesitan de las calamidades que acompañan a la gloria. Los pueblos necesitan de la victoria y necesitan de la derrota. Necesitan de la victoria porque la victoria es una consecuencia natural del heroísmo y necesitan de la derrota porque la derrota es una consecuencia natural de la humanidad; necesitan de la victoria porque la victoria es un premio y necesitan de la derrota porque la derrota es una lección.
La conquista de América fue el barullo de los corazones y las espadas, cuando las espadas y los corazones se movían en las manos de los hombres y redoblaban en los pechos de los hombres. Fue la empresa de heroísmo de los tiempos en que la vida servía para la muerte. Era la empresa de los hombres que renunciaban a la vida en la demanda de una vida nueva y de una nueva muerte. Eran los navíos que cabeceaban con el vaivén pensativo y solemne que traían de los amaneceres solos y los crepúsculos tendidos. Eran los soldados de la guerra y los misioneros de la Cruz. Venían todos los que tenían una esperanza de salvación en América. Venían a América para fundar en ella el Reinado de Cristo. Traían su vida para darla por la vida de América y traían su muerte para darla también por la vida de América, y traían su vida y su muerte para darlas en la conquista de Dios.
IGNACIO BRAULIO ANZOATEGUI, Tres ensayos españoles: Mendoza o el héroe, Buenos Aires, 1938
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