Luis Alberto de Herrera |
Ya poseemos impresión de conjunto. Tendido ante la vista el inmenso y complejo panorama. Factores de diversa naturaleza gravitan sobre el destino de los pueblos del estuario; lo comprometen. El problema de su organización cristaliza en tragedia. La ambición comercial y territorial del europeo toma plaza arbitraria en las disidencias internas: procura sacar de ellas todo el provecho posible; político y económico. A esos fines, viene de abatir el orden legal de nuestra orilla.
Habíamos dejado al presidente Oribe en el momento en que, luego de su renuncia forzada y de la protesta consiguiente, sale del país. Desde Buenos Aires la repite, ante las naciones, el 8 de Noviembre; el 18 de Diciembre da su manifiesto, que constituye un alegato irrebatible del buen derecho nativo. Es una página de historia, que pone en cruz al atentado imperialista d ela gran potencia ultramarina.
Casi un año permanece nuestro mandatario en la capital argentina. En el aspecto moral y cívico, íntegra su investidura. Nada vale ni invalida el despojo material de la legítima posición gubernamental. A reivindicarla se apresta con los suyos: con sus ministros, con sus generales emigrados, con los fieles, dispersos por las fronteras, unos, a su espera, otros, en el interior del país; con sus proscriptos.
Cual corresponde - con todos los honores atributivos del cargo- es recibido el magistrado uruguayo por el jefe de la Confederación. No sólo lo imponen la solidaridad rioplatense y la buena política; también así lo demanda la sana regla internacional, que no mide por el accidental eclipse el valor jurídico del mandato público. Testimonio objetivo, bien corroborante, ofrecen, en la actualidad, en Europa, los monarcas y presidentes en exilio, desde hace años, por no someterse al vasallaje del invasor, conculcador del nativo fuero; su representación, intangible al atentado, está incólume. ¡Quién, respetuoso del derecho, se atreve a discutirlo?
Y porque traduce verdad y barre sofismas, dicho sea, -ratificando lo antes probado- que el gobierno del presidente Oribe no había sufrido la menor lesión del gobierno a cuya franca hospitalidad se acogiera. Por débil, por demasiado paciente y tardía tuviera, éste, su reacción frente a las conspiraciones de los emigrados; pero jamás medió un amago imperioso, a pesar de tratarse de asunto que tan de cerca le tocaba.
En la confidencia, le reitera el ministro Arana ese leal sentir al comisionado Correa Morales, así como al coronel Soria. Tiene la persuasión, por ellos compartida, de que se obra con lentitud; sin embargo, no se va más allá del comentario pesimista. Hecha la convicción desfavorable, que así recoge Arana: "Yo estoy persuadido que influencias unitarias y encubiertas lo han dominado y que los sucesos que muy en breve tendremos que observar han de poner en transparencia a los autores de las inconmensurables desgracias en que va a ser sepultada esa república". ¡Ni en un ápice equivocado!...Con el aditamente de que se sabe que el incendio en la casa ajena es promesa cierta del incendio en la casa propia...Pese a lo cual, se reserva la censura legítima.
Y bien: fué, antes, fácil muletilla de las crónicas oficiales la aserción contraria; rubricadas las mayores aberraciones, oponiendo siempre la misma falsedad: Rosas atacó la independencia. Afirmación ruidosa desprovista de todo fundamento, que ahora rueda en escombros, pulverizada por la buena fe crítica.
A la inversa, sorprende que ante la inminencia del peligro que corría el solar argentino, de reciente construcción institucional, en ningún instante se desviara la Confederación de la prudente expectativa. Ni un leve reproche al magistrado uruguayo, cuando cruza el río, empujado por el infortunio, aunque no quebrado.
Jóvenes de ahora: la verdad ya soplar fuerte, con alas de pampero en los campos de la historia nativa; se disipan las brumas que tanto tiempo enlodaran el firmamento espiritual; a la fecha, las "mentiras convencionales", sean las que fueren, trepidan y se desploman.
Se asiste, pues, al advenimiento en la amteria de un criterio veraz, por decir así, científico, edificado sobre el cimiento de hechos básicos, indestructibles por la poderosa documentación que los autentica. Limpio el pensamiento de prejuicios, a la lumbre de la lámpara, de vuestra lámpara, -la que vuestra autonomía mental encienda- entrad al estudio digno, sereno, leal, honorable, del pasado río-platense y dejad a vuestra libre conciencia que se interne en sus sombras, tras sus claridades, que descubra en sus pliegues, que escrute en sus incógnitas, aún a medio descifrar, y que luego, honradamente, proclame el fruto -a ella sola- de una empresa afanosa, de sus desinteresada exploración. ¡Dejadla a ella -a ella sola- que así lo haga!
Puesta en tren de sana pesquisa, por encima de tendencias, en lo atingente al caso aquí en debate, preguntadles a los viejos papeles si el general Rosas, como dominador, incurrió a vuestro Uruguay en las responsabilidades alevosas del general Mitre, como presidente, un cuarto siglo después, cuando su maquiavélico entendimiento con el Imperio, para acabar "repartiéndose" el Paraguay.
Digan los archivos si alguna vez, cuando ejercía mando Oribe, se registró el gratuito agravio de las "medidas coercitivas" de 1864, cuando el gobierno de Bero: si jamás hizo la Conferederación, con Rosas, respescto a nuestro país, lo que hizo Mitre.
¡No andarse mas por las ramas! Ir a la esencia de las cosas: abrirle ancha puerta a la "verdad verdadera", todavía cautiva del sectarismo oficializado!
¡A vosotros, jóvenes del presente, esa bella tarea reparadora, de restauración patriótica!
LUIS ALBERTO DE HERRERA, Por la verdad histórica (Como se han adulterado los hechos), Buenos Aires, 1946
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